Directorio

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miércoles, 21 de diciembre de 2016

Don José María Morelos en Ecatepec


Trabajo de investigación de la doctora Antropologa
María de la Asuncion Garcia Samper y José Manuel Marmolejo
ambos director del espacio VINCULACION CON LA CULTURA
que se edita en los periódicos MEXIQUENSE




Mucho se ha afirmado acerca de la estancia de José Maria Morelos y Pavón en Ecatepec, específicamente en el lugar que fue su cadalso -la Casa de los Virreyes o del Real Desagüe- misma que desde el Siglo XIX, comenzó a llamarse precisamente, Casa de Morelos.
Lo que se ha dicho sobre las aproximadamente tres horas que Morelos estuvo esa hermosa casona, adquiere un aspecto incluso romántico, pero sobre todo eufemístico.
En la realidad objetiva, José María Morelos y Pavón, ¿pudo llegar en condiciones físicas medianamente adecuadas a Acalhuacan Ecatepec, después de un largo trayecto en carreta desde la Ciudadela de la Ciudad de México -haciendo una parada en el Tepeyac y de acuerdo a la tradición oral del pueblo de Tulpetlac, hacer también una escala más en la posada de esa población, venta que se encontraba a la vera del camino real?

Morelos estaba destruido física y moralmente al llegar a la Casa Real, y por tanto, fue prácticamente imposible que pudiera tomar con tranquilidad una taza de caldo -como refrigerio- fumar un puro, intercambiar abrazos con su perseguidor y verdugo, hacer diversos comentarios, como lo polvoso del lugar, o que la iglesia de San Juan Acalhuacan era muy parecida a la de Carácuaro, Michoacán.

Capilla de san Juan Acalhuacan

Iglesia san Lucas Carácuaro en Michoacan
Existen similares interpretaciones de los hechos históricos en torno a la estancia de Morelos en la Casa del Real Desagüe, misma que después llevaría en su honor, su ilustre apellido.
En el libro de entierros de españoles y castas de la iglesia parroquial de San Cristóbal Ecatepec, volumen 9, foja 73, partida 24, se lee: “Eran las tres de la tarde, cuando esto sucedió. Después lo llevaron al campo santo del templo de San Cristóbal, en Ecatepec, donde fue sepultado a las cuatro de la tarde; el Br. Don Miguel de Ayala -cura interino del lugar- dio fe de su muerte y posterior inhumación”.
La partida de defunción correspondiente al libro de entierros de españoles y castas de la iglesia parroquial de San Cristóbal, señala: “El Br. Don José María Morelos, en esta Yglesia parroquia de San Cristóval, Ecatepec, el día 22 de diciembre de 1815, se le dio sepultura Ecca, al cuerpo del Br. Don José María Morelos, presbítero domiciliario y ex cura que fue del pueblo de Caracuharo, del Obispado de Valladolid, ricivió los Sacramentos de Penitencia y Eucaristía, y para constancia de todo, lo firmo Br. Miguel de Ayala, Interino”.

En su libro Ecatepec en el Tiempo, el profesor Silvino Rivera López, dice lo siguiente: “Temeroso de un amotinamiento popular, el Gobierno Virreinal ordenó el traslado de Morelos al pueblo de San Cristóbal Ecatepec, en donde el 22 de diciembre de 1815, alrededor de las tres de la tarde fue fusilado hincado y por la espalda, en la antigua Casa de los Virreyes”.
Refiere que fumó un puro antes de ser fusilado y que pidió misericordia al Señor. De igual forma, don Silvino hace referencia a la Gaceta de México, cuya cabeza fue: “Ejecución del Rebelde José María Morelos”, la cual calificaba al autor de los Sentimientos de la Nación, de “infame cabecilla, cuyas atrocidades sin ejemplo han llenado de luto estos países”.

La Gaceta de Gobierno en su edición del 25 de diciembre de 1815, publicó la información oficial sobre el fusilamiento, misma que mostraba la satisfacción de Calleja por el hecho y la felicidad de Manuel de la Concha.
La Gaceta publicaba el informe de Concha al Virrey, que de acuerdo al Libro Ecatepec en el Tiempo, el verdugo comunicaba al “Excelentísimo Señor”, que había recibo la orden de salir de la Ciudad de Mexico a las seis de la mañana, conduciendo a Morelos, a quien fusiló por la espalda a las tres de la tarde.
Que él apoyó a Morelos en el camino, permitiéndole que le fueran suministrados los auxilios cristianos, que le proporcionó al cura de San Cristóbal y su vicario “quienes lo asistieron desde tres horas antes de su muerte” y luego remata la información, afirmando que a Morelos se le dio sepultura en la parroquia de San Cristóbal Ecatepec a la cuatro de la tarde, con la participación del cura del lugar, José Miguel de Ayala.



En México a Través de los Siglos, leemos que el día 21 de diciembre, “el Coronel Manuel de la Concha, intimó la sentencia a Morelos”, obligándolo a escucharla de rodillas.
Luego hicieron acto de presencia el cura Guerra y otros eclesiásticos, quienes tomaron las previsiones propias para un moribundo. Se había comentado que a Morelos se le aplicaría la sentencia de muerte tres días después de haber sido promulgada por el Virrey Calleja.
De la Concha hizo salir a Morelos, con grillos que le dificultaban la movilidad. Partieron en un coche en el que también iba a bordo el padre Salazar, un oficial y una escolta al mando de éste. Tomaron el camino a San Cristóbal Ecatepec, haciendo una escala en la Villa de Guadalupe, sitio en el que Morelos pensó que sería el del ajusticiamiento, pero le indicaron que sólo se detendrían ahí a desayunar.
Arribaron después al “Palacio de San Cristóbal Ecatepec, tosco edificio construido por el Consulado de México para el recibimiento que se hacía a los virreyes”.
En el relato se hace énfasis en la actitud serena asumida por José María Teclo ante la inminencia de su muerte, “Se le sirvió la comida y comió con apetito.
De repente oyó el redoble de los tambores y levantándose de la mesa violentamente exclamó: esta llamada es para formar; no mortifiquemos más… deme usted un abrazo, señor Concha… y será el último.
En estos momentos llegó la escolta que debía conducirlo al lugar del suplicio y metiendo los brazos en su turca, dijo con donaire: ¡Esta será mi mortaja, pues aquí no hay otra!”… acercóse un soldado a vendarle los ojos y él se resistió diciendo: aquí no hay objetos que me distraigan.
Más habiendo insistido el jefe de la escolta, se vendó con un pañuelo que sacó de un bolsillo. Atados los brazos con los portafusiles de dos soldados que lo conducían y arrastrando con dificultad los pesados grillos, fue llevado al recinto exterior del edificio. ¿Aquí es el lugar?, preguntó con voz enérgica. Sí, le respondieron. Obligáronle a arrodillarse con el rostro vuelto hacia una tapia; dióse la voz de fuego, tronó la descarga y apenas se disipó el humo, se perfiló el cuerpo, agitándose en horribles convulsiones; disparáronle una segunda descarga. Oyóse un grito penetrante y aterrador y quedó inmóvil sobre una charca sangrienta, el más notable y el más bravo defensor de la Independencia de México”. El cura de San Cristóbal Ecatepec, emitió un oficio avisando que enterraría el cadáver de Morelos: “En contestación al oficio que V.S. me acaba de remitir para la disposición del entierro en esta parroquia del cadáver del rebelde José Maria Morelos -que se ha de sepultar a las cuatro de la tarde- quedo entendido a verificarlo, según la orden de S. E. Dios guarde a V.S. muchos años. Parroquia de San Cristóbal Ecatepec. Diciembre 22 de 1815. José Miguel de Ayala”.

Lucas Alamán formuló severas críticas por la manera vil en la que el Tribunal de la Inquisición católica, trató a Morelos, al cual, de acuerdo a este historiador, aún se le cubrió “de ignominia en el momento de bajar al sepulcro”.
Dentro de este panorama de gran violencia en contra de Morelos y Pavón, la barbarie descrita hasta aquí no tiene punto de comparación con el terrible nivel de las atroces torturas cometidas por el Gobierno Virreinal -pero sobre todo por la Iglesia Católica- en contra de Morelos, de acuerdo a lo que expone el autor Francisco Martín Moreno, en su libro Arrebatos Carnales.
En esta obra, escrita en primera persona, se narra que el héroe nicolaita, fue encerrado a los diez días de su captura -efectuada en Texmalaca, Puebla- en los calabozos del Palacio de la Inquisición, que se ubicaba detrás de la Catedral de México, en la Capital de la Nueva España. “La Iglesia, mi querida iglesia, me torturaría para arrancarme todos mis secretos”.
En este libro, Morelos acusa a la Iglesia de que lo torturaba para hacerlo delatar a sus correligionarios insurgentes y los sitios donde se localizaba el parque bélico de que disponían en cada plaza militar. “Guardé silencio, hasta que me colgaron de una garrucha anclada en el techo de una habitación sin ventanas, iluminada de día y de noche por candelabros”. A Morelos le ataron los pies con cadenas que sostenían pesadas cargas de cien libras de hierro.
Le torcieron los brazos por detrás de la espalda, amarrando fuertemente sus muñecas con sogas. Lo levantaban a tres metros del piso, dejándolo colgado, para luego dejarlo caer de golpe hasta doce veces. Morelos sentía que había perdido los brazos o que en todo caso, se le descoyunturaron “pues los arrastraba como si careciera de osamenta”. Ante la inutilidad de estos procedimientos para hacerlo confesar, los santos cristianos le aplicaron la tortura del potro, atándolo pies y manos.
“En tanto, asentaban garrotazos que convertían mi cuerpo en meros pedazos irreconocibles de carne”. Ante la fortaleza moral de Morelos, sus insignes torturadores de la Santísima Inquisición, le colocaron en la boca un embudo, obligándolo a tragar enormes cantidades de agua, alternando este accionar con golpes en la espalda, provocándole asfixia. “¿Dónde estabas, Dios Mío, cuándo estos vergonzosos pastores disfrazados de verdugos me torturaron, sólo por haber intentado tener un país libre y próspero”? A Morelos le quemaron los pies desnudos -previamente embarrados con grasa- a fuego lento.
Le colocaron un sambenito hediondo, ensangrentado, que olía a sudor humano, seguramente utilizado sobre el cuerpo de miles de desdichadas víctimas del clero católico. Posteriormente, fue procesado “por otros dos tribunales, además del de la Jurisdicción Unida: el del Santo Oficio y el militar, pero el veredicto ya estaba decidido de antemano. Era degradación y muerte. El Congreso de Apatzingán, en la primera Constitución política de México, promulgó la eliminación de la tortura y estableció las garantías jurídicas y políticas. “Los derechos universales del hombre, que ignoraba mi Iglesia”.
Morelos escribió una carta a su hijo José Vicente Carranco, en la que le describía los pormenores de su juicio ante el Tribunal Eclesiástico, en donde fue colocado de espaldas, como se hacía con los traidores. Los funcionarios de ese Tribunal, actuaron siempre embozados, al igual que diversos sacerdotes, testigos del hecho. Le ordenaron tomar una hostia sin consagrar, beber vino del cáliz, arrodillarse, mostrar las palmas de las manos, cuya piel fue rasgada por un cuchillo, después de que se las empaparon en ácido corrosivo.
De las manos de Morelos, brotaron hilillos de su sangre. El dolor fue intolerable. La amañada sesión del Tribunal cristiano, duró veinticinco horas. Además, a Morelos le azotaron con varas, mientras que de hinojos escuchaba como los ministros del Tribunal, piadosamente rezaban el salmo miserere. Todo ello en el transcurso de la misa. Cuando ésta terminó, hicieron que Morelos atravesara toda la sala, con el ignominioso vestido que le fue colocado.
Llegó a un altar donde oyó su sentencia de labios de un secretario de la Junta Conciliar. Lo revistieron con los ornamentos sacerdotales y de rodillas fue degradado. Ante esto, el Obispo “se deshacía en un llanto hipócrita y me desprendía de mis hábitos”.
El auditor Bataller, había pedido la pena capital para Morelos y la confiscación de sus bienes. Luego, Francisco Martín Moreno, hace decir a Morelos, que fue transportado en coche de la Ciudadela a San Cristóbal Ecatepec, acompañado del cura Salazar y de un oficial de la división de Manuel de la Concha. Ante el silencio de Morelos, el ministro de la iglesia, en el trayecto al patíbulo rezaba el de profundis y el miserere meil domine. De acuerdo a esta crónica, a Morelos le fueron arrancadas las uñas de las manos y le rompieron a martillazos los dedos de los pies. Le golpearon los genitales, mientras estuvo colgado del par de ganzúas. Con una navaja le cortaron los talones de los pies.
“A pesar de que yo me encontraba en mi celda de la Ciudadela, en la Ciudad de México, descalzo y era visible la pérdida de los dedos de mis pies, fui sacado a empujones y a jalones de mi celda, sin que mis verdugos se percataran de la ausencia de piel en mis propias plantas…” Francisco Martín Moreno, sostiene que Morelos, en la Casa del Real Desagüe -que se ubica en Acalhuacan, Ecatepec- pudo percatarse de la presencia en su fusilamiento, del Virrey Calleja, disfrazado de teniente realista.
Lo delató su sarcástica sonrisa. Fue ejecutado por la espalda, encontrándose arrodillado, cayendo exactamente en el sitio en donde fue construido un monumento en su honor, en la primera década del Siglo XX, frente a la hoy Casa de Morelos, en Ecatepec.

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