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jueves, 19 de noviembre de 2015

Salarios e inversiones

Guillermo Knochenhauer

“Crecimiento incluyente, empleo e inversión” es la combinación que quisiera lograr cualquier gobierno en estos aciagos años de crisis económica; el Presidente Peña Nieto recomendó los pasos a seguir para lograrlo en la reunión del G20 que tuvo lugar la semana pasada en Antalya, Turquía.

Peña y sus escuchas saben que las tendencias del crecimiento son a la baja desde hace 50 años, que desde entonces son excluyentes, que no crean empleos suficientes ni de calidad, y que los inversionistas no invierten en actividades productivas tanto como en especulaciones financieras.

Lo que los gobernantes no han logrado en cinco décadas, es revertir esas tendencias que parecen actuar -y de hecho así es- con una lógica implacable ante la cual, autoridades e instituciones no han hecho más que tratar de animar las inversiones.

En la mayoría de los países, las políticas públicas tienen como eje la intención de atraer inversiones privadas, en vez de focalizarse contra la exclusión, la desigualdad y el desempleo. Peña Nieto recomendó a sus oyentes seguir en esa línea.

Si el eje de las políticas fuera incidir en la mejoría del empleo y de los salarios, se tendría una perspectiva muy distinta de la crisis y de sus salidas: se vería que las inversiones van tras los mercados solventes, es decir, a la conquista de consumidores con buenos empleos bien pagados.

En vez de ese enfoque, las políticas supuestamente favorables a las inversiones les otorgan subvenciones y entre otras medidas, han “flexibilizado” las contrataciones y despidos laborales y reducido la masa salarial en prácticamente todos los países europeos, en Estados Unidos y ni hablar de México y del resto de Hispanoamérica.

Mientras la política siga subordinada a la lógica de que las inversiones generan su propia demanda, la riqueza en el mundo seguirá concentrándose, las inversiones seguirán detenidas por falta del aliciente que son los consumidores y las tensiones internacionales se harán más agudas, igual que las sociales en múltiples países.

Por lo pronto, el entorno internacional hará aún más difícil que puedan cumplirse las proyecciones del gobierno de Peña Nieto de un crecimiento de 3.1% del PIB en 2016. De hecho, el FMI presentó antier un nuevo pronóstico conforme al cual, el PIB de México crecerá sólo 2.5% en 2016, y no 2.8% como había estimado.

Además de lo adverso del entorno externo, la otra razón por la que el PIB de México seguirá siendo de lento crecimiento, es el debilitamiento de la demanda interna. Lo explicó Enrique Quintana ayer en estas páginas: en 2016 bajarán el consumo privado y el consumo público.

La inversión total –la que genera activos productivos, empleo y salarios- descenderá de 3.9% estimado este año a 2.4% el próximo según las mediciones oficiales, o quizás más si las inversiones privadas no compensan buena parte de la caída de 16.3% en la inversión pública.

Vale preguntar por qué, ante dificultades externas para tener un “crecimiento incluyente, con empleo e inversión”, se le aplica una reducción de casi 140 mil millones de pesos al dinamo interno que es la inversión pública y en cambio, se deja prácticamente intocado el gasto corriente del gobierno y se les da más dinero para gastar a los diputados y senadores.

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