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miércoles, 9 de septiembre de 2015

Prospera y la perspectiva de género

POR ISABEL CRUZ





En la misma línea de la publicación anterior, bien merece la pena seguir analizando los resultados en medición de pobreza 2012-2014 deConeval. En esta ocasión, un comparativo hombres y mujeres indica que aumentó más el número de hombres en pobreza (de 25.8 a 26.8 millones de personas) que de mujeres (de 27.6 a 28.5 millones de mujeres), por lo que podría decirse que algunos programas están generando resultados positivos en las mujeres y efectivamente, ya que se redujo considerablemente la carencia de acceso a servicios de salud en 1.3 millones de mujeres, así como un abatimiento pequeño pero positivo en el rezago educativo y servicios básicos en la vivienda. Sin embargo, la reducción en carencia alimentaria fue muy pequeña en tan sólo 200 mil mujeres, se incrementó en 300 mil mujeres la carencia por falta de acceso a la seguridad social y la vulnerabilidad por ingresos.

Si contrastamos estos datos con los programas en los que se deposita el mayor presupuesto y peso de la política social, podría decirse que las estrategias de atención en salud y educación pueden estar teniendo resultados interesantes, pero que si se contrastan con los magros resultados en las condiciones de acceso a alimentación y vulnerabilidad por ingresos, en términos generales los programas contra el hambre y la pobreza siguen teniendo los mayores recursos pero resultados poco visibles. En este sentido es que diversos trabajos de campo nos han llevado a indagar sobre la dinámica de las mujeres rurales frente a estos programas y cómo el discurso anti pobreza puede estar realmente transformando o siendo neutral ante problemas estructurales.

Así, hemos llevado a cabo interesantes entrevistas a profundidad con más de 100 mujeres, beneficiarias y no beneficiarias de Prospera –en cuatro estados del país (Oaxaca, Veracruz, Puebla y Querétaro)– y se ha visto que desde que se puso en marcha este programa en los años noventa, se ha construido un discurso anti pobreza que permea en la sociedad como un programa que transformará la vida de las personas, pero justamente aquí debemos agudizar los sentidos porque este programa se pensó para formar capital humano (salud y educación) en niños y niñas a fin de no reproducir la pobreza; sin embargo, su diseño no necesariamente contribuye a la generación de ingresos, ni a la salida de la pobreza de la familia en su conjunto, y mucho menos toma en cuenta formas de empoderamiento económico de la mujer, más allá de darle cierto poder de negociación al ser la receptora de las transferencias del gobierno.

Entonces, para las mujeres, Prospera es una fuente importante de ingresos pero a la vez se convierte en el principal obstáculo para la superación laboral o de generación de ingreso en la mujer. Por un lado, la mujer es, en un sentido utilitarista, un vehículo para la óptima canalización de recursos al usar ciertas características inherentes como ser más cumplida, enfocarse más en la crianza de los hijos, generar bienes públicos para el hogar (alimentación, higiene, cuidados). Este uso de la mujer como principal canal de otorgamiento de los apoyos tiene como efecto reforzar –a nivel del hogar– el rol “maternal” de la mujer, como la que es encargada de cuidar los gastos del hogar, mandar los niños a la escuela, asegurarse que estén en buena salud, etcétera. Aparte de estas funciones, Prospera poco se enfoca en sus necesidades como mujer productora o empresaria.

Además de esta carga de trabajo interna al hogar, la mujer que es titular de Prospera tiene que cumplir –a cambio de la llegada de sus apoyos– una carga importante de tareas de corresponsabilidad (asistencia a platicas, talleres de tejido o clases de zumba) que han rebasado el límite de llevar a los hijos a la escuela y asistencias médicas. Entre otras tareas ligadas al programa, las mujeres de Prospera tienen que encargarse que la comunidad donde viven esté limpia. Recargar sobre las mujeres beneficiarias del programa este tipo de tareas ha tenido un doble impacto negativo a nivel de las comunidades rurales. Primero, ha desvinculado el resto de la comunidad de la responsabilidad de estas tareas que antes se realizaban de forma comunitaria. Luego, bajo el pretexto de corresponsabilidad del programa, ha vuelto a las mujeres de Prospera una mano de obra fácil para una serie de otras tareas que a veces nada tienen que ver con sus obligaciones como receptoras del programa.

De tal forma que –si indudablemente ha tenido efectos positivos en los ingresos de las mujeres– el programa Prospera también ha generado efectos perversos sobre la capacidad de autonomía a la que pueden aspirar estas mujeres. Al recargar sobre ellas gran parte de las responsabilidades del hogar y de sus comunidades, el programa les impide fuertemente tener tiempo para dedicarse a actividades productivas o empresariales. Como ejemplo, las mujeres beneficiarias de Prospera pueden difícilmente esperar tener un trabajo asalariado formal dado que esto les imposibilitaría cumplir con sus corresponsabilidades del programa. Por lo tanto es necesario crear políticas públicas que no sólo enfocan a las mujeres, sino que también puedan modificar los roles de género que muchas veces las limitan en sus oportunidades de crecimiento.

Asociación Mexicana de Uniones de Crédito del Sector Social, A.C.



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