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jueves, 25 de junio de 2015

Domar o formar a los seres humanos

Por Alejandro Hernández


Durante la instalación del Sistema Nacional de Transparencia, el presidente Enrique Peña Nieto dijo que “el Estado mexicano y su sociedad lo que estamos haciendo es domar, auténticamente, la condición humana, llevarla por nuevos caminos, estableciendo parámetros, límites, controles, obligando a la apertura y a la transparencia”.

Toda una tesis, señor presidente.

Tal tesis apuntaría a que los seres humanos somos natural y espontáneamente corruptos, por lo que es necesario domar esa condición humana.

El filósofo inglés Thomas Hobbes creía algo parecido. En su tratado Leviatán habla del “estado de naturaleza”. En ese estado, imagina Hobbes, los humanos actúan aisladamente, obsesionados por su propio placer, intereses y preservación.

Su única motivación es un deseo permanente e insaciable de acumular poder, deseo que sólo cesa con la muerte.

El estado de naturaleza lleva al hombre a una competencia sin fin y a veces violenta. En él no hay confianza ni colaboración. Sólo lucha de individuos, y conflicto entre sus intereses. Egoístas todos, todos quieren para sí el mayor provecho.

Así es que, síntesis extrema que espero me disculpe el señor Hobbes, la solución es la existencia del Estado, producto de un acuerdo social en el que todos ceden un poco de sus libertades en pro del beneficio común.

Pero, dice Hobbes, los pactos que no descansan en espadas no son más que palabras. Por ello debe haber un poder que vigile el cumplimiento del acuerdo, que sancione a quienes lo violen, que esté atento a que nadie se beneficie de la transgresión a los términos del acuerdo.

Juan Jacobo Rosseau tiene otra hipótesis. Para él, el ser humano es el buen salvaje, inocente por naturaleza, que vive en armonía con sus prójimos y que se ve alterado, deformado, corrompido, por las prácticas sociales. Así, los vicios y otros males humanos son producto de la sociedad en la que se desenvuelve el individuo.

¿Somos corruptos por naturaleza o la sociedad en la que vivimos es la que nos corrompe?

El presidente Peña Nieto habló de la condición humana y la necesidad de domarla. Es claro que, para él, el ser humano tiende a la corrupción y, en un sentido más amplio, a la búsqueda de sus propios intereses sin que le importe el costo o el daño social.

Existe, en efecto, este tipo de seres humanos, pero no todos encajan en ese estereotipo.

¿Nace el ser humano predispuesto al egoísmo, la maldad, la corrupción?

Creo que la sociedad modela a sus individuos, con independencia de que, hipotéticamente, algunos tengan predisposición genética a la maldad y otros no.

Basta una ojeada a las diversas culturas del mundo para darnos cuenta de que en ellas sus individuos creen, sostienen, afirman, castigan o premian lo que cada sociedad enseña.

Pareciera que ante adultos formados o deformados, pero consumados ya como seres humanos, hay que aplicar la doma de la que habla el presidente Peña, y no será necesario a todos, desde luego.

Pero entre los mexicanos hay seres humanos en desarrollo, millones hoy y más millones dentro de un año, que requieren de una formación axiológica, con valores firmes, generosos, respetuosos de los derechos de los otros y orientados al bien colectivo.

Básicamente hay dos razones por las que los seres humanos no delinquen, son éticamente responsables y llevan una conducta social apropiada: o por principios o por miedo al castigo.

Trabajemos hoy para que nuestros adultos de mañana sean amables, productivos y respetuosos de los derechos de todos por una convicción basada en principios. Y trabajemos también para que aquellos que no sean guiados por principios, sino por miedo a sanciones efectivas, tengan también que optar por el camino del bien. Ello implica acabar con la impunidad.

Que estos segundos sean excepción y que los primeros, los que actúan con base en principios, sean mayoría. Ese es el descomunal reto del México de nuestro tiempo. Y del de mañana.

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