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lunes, 26 de agosto de 2013

¿México pierde su “momento”?

Por José Buendía Hegewisch
Analista político


La pérdida de impulso transformador con el traspié de la reforma educativa, la reducción de la discusión de la energética a la exclusión ideológica o el cuasi retiro del Estado en zonas de Michoacán o Guerrero, crean desesperanza

El “momento mexicano” que encandilaba a inversionistas internacionales y apuntalaba el discurso oficial de transformación, parece extinguirse tan inesperadamente como llegó al inicio del gobierno de Peña Nieto. Su promesa, desde la toma de posesión, de “mover a México” y la construcción de consensos en el Pacto para emprender reformas trascendentales, inflamó las expectativas de los mercados y las posibilidades de cambio en un país en que el estancamiento e inmovilismo se han convertido en forma de vida. Así de rápido como subió la burbuja, ahora se despresuriza con la caída de la perspectiva de crecimiento, la impericia del gobierno para resistir presiones de la CNTE, resolver conflictos o convencer con un buen planteamiento de reforma energética, y la debilidad del Estado para mantener bajo control problemas que amenazan su estabilidad.

Por definición, un momento es transitorio y se pierde en la indecisión o por la falta de dirección. En cambio, lo ganan los que logran echar al Congreso de su sede, como la CNTE; desbaratar su agenda, romper los consensos de las fuerzas políticas sobre la agenda y los tiempos de cambios del país; ocupar el lugar de las instituciones en territorios como poderes fácticos y fuerzas irregulares en regiones de Michoacán y Guerrero. También lo aprovechan gobernantes y políticos de todos los partidos, que protegen su zona de confort o que creen que sólo se pueden tomar decisiones cuando son fáciles y baratas.

De un “momento” a otro reaparecen las viejas estructuras corporativas y clientelares, las presiones sociales de sus líderes y el peso de minorías y poderes de facto. El “momento mexicano” que nos colocaba como uno de los países emergentes más atractivos perdió punch o sólo era la hoja de parra que, obviamente, no sirve para tapar la falta de decisiones pospuesta por décadas. La expectativa de un nuevo liderazgo para, ahora sí, poner al país en movimiento con el gobierno de Peña Nieto, que muy pronto ha mostrado que su resistencia a enfrentar los problemas no es muy distinto por ejemplo, a la de Fox con Atenco, y que su capacidad de maniobra está acotada por las mismas estructuras que atraparon a sus predecesores tanto panista como priistas.

La pérdida de impulso transformador con el traspié de la reforma educativa, la reducción de la discusión de la energética a la exclusión ideológica o el cuasi retiro del Estado en zonas de Michoacán o Guerrero, crean desesperanza. No sólo por los tropiezos en el desarrollo de una ley o los reveses en la lucha contra el crimen.

Sobre todo deja desaliento porque se percibe falta de claridad o voluntad política del gobierno con el destino modernizador que ofrecía, además de liderazgo para tomar decisiones. Resulta frustrante también porque detrás de la promesa de movimiento lo que reaparece es la ruptura de los consensos y el estilo “prudencial” de gobernar que por igual inmoviliza al PAN y PRI que al PRD. En este otro “momento” ¿cuál es la confianza que debemos tener sobre el futuro de las reformas que están en puerta, la energética o la fiscal?

El Congreso se equivocó al ceder a las presiones de la CNTE y sacar de la agenda del periodo extraordinario la discusión sobre la ley para la evaluación de los maestros. Es débil el argumento de que la Ley del Servicio Profesional Docente era deficiente tras meses de trabajo desde la aprobación de los cambios constitucionales para la reforma educativa. Sobre todo es preocupante la falta de consensos después de enlistarla en la agenda. A nadie escapa que podría haber salido sin el voto del PRD.

Los costos mayores, sin embargo, recaen en el gobierno de Peña Nieto, que prefirió cuidar las posibilidades de consenso con el PRD y evitar la ruptura del Pacto, que correr riesgos con la agitación del magisterio. Si decidió dejar pasar esta mano de la reforma educativa por considerar más costosa la inestabilidad en la calle, el resultado que puede dejar es una invitación al veto de las reformas con la presión y el amago. El precio de su decisión es debilitar la confianza en su liderazgo para “mover” a México y la definición del destino del movimiento.

Tanto el Congreso como el gobierno pueden recuperar la iniciativa en las próximas semanas y reencauzar la reforma educativa, pero la indecisión dejará huella en la imagen y confiabilidad para desactivar a fuerzas inmovilistas que, como la CNTE, son mantenidas y financiadas desde las arcas de los gobiernos estatales en el puro estilo del control corporativo que parece seguir dominando las decisiones políticas.

jbuendiah@gmail.com
Twitter: @jbuendiah

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