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martes, 13 de diciembre de 2016

“Mariguana” medicinal: un pequeño paso

“Mariguana” medicinal:
un pequeño paso

ROBERTO GIL ZUARTH



Durante casi seis décadas de una política fallida, dos de investigación científica y prácticamente una de experimentos regulatorios alternativos, muchos visiblemente exitosos en términos de reducción de daños y de costos sociales, el país está en posibilidad de dar un paso para poner fin a la insensatez. Sí, en efecto, no hay razón económica, jurídica o de salud que justifique mantener la actual prohibición absoluta al cultivo, cosecha, experimentación o comercialización de las distintas plantas que integran la familia de la cannabis y de sus derivados. Sobre todo cuando hoy sabemos con certeza que la planta en sí no es la esencia del problema de las drogas, sino ciertas sustancias y preparados y, en particular, el mercado negro que la política prohibicionista ha generado.

La principal aportación del cambio legislativo sobre usos medicinales y terapéuticos es que abandona el pleito penal con la planta. La regulación vigente prohíbe las variedades naturales de la cannabis, cuando, por el contrario, debe centrarse –con un poco más de creatividad que el simple castigo penal– en las sustancias que en sí, por tipo de cultivo o por alteración química, producen psicoactividad (afectación en los procesos mentales) u otras consecuencias en la salud.

Y es que la cannabis o los cannabinoides son mucho más que un churro de mariguana. La planta contiene decenas de cannabinoides diferentes (según la subespecie de la planta o de su composición química), uno de ellos con potencial psicoactivo (el THC o tetrahidrocannibidiol). Este efecto depende de distintos factores: concentración, preparación, combustión, dosis, entre otros. La planta, por sí, no lleva al “viaje” ni produce la adicción: depende de las sustancias activas y la modalidad específica de consumo. Masticar y digerir una planta fresca de mariguana lo único que provoca es un fuerte empacho. Quemar tallos de cáñamo en una hoguera no pasará de una apestosa ahumada.

Pero otras formulaciones procesadas de cannabinoides tienen propiedades analgésicas (reducen la intensidad del dolor) o antieméticas (inhibición de vómito). Algunos extractos de la cannabis disminuyen la espasticidad (rigidez muscular), reducen la recurrencia de los espasmos epilécticos o inducen el sueño o el apetito. Investigaciones en curso revelan la posibilidad de usar canabinnoides para tratar el crecimiento canceroso, la metástasis en cáncer de mama, la diabetes mellitus, el glaucoma, el alzheimer o el asma. No se trata de un medicamento milagro, sino de una compleja variedad de sustancias con distintas posibilidades de aplicación. En todos estos casos, se trata de medicamentos o tratamientos a base de los componentes de las diversas variedades de las plantas. La propiedad medicinal o terapéutica radica en los derivados, así como los usos industriales en el tallo o las semillas. Los padres de la niña Grace han reducido la frecuencia e intensidad de sus ataques epilépticos con un aceite que compran libremente en Estados Unidos y que importan con un amparo: nunca la han sentado a fumar un cigarrillo de mariguana.

Permitir los usos medicinales y terapéuticos de los cannabinoides es un primer paso para desmitificar nuestra aproximación a la cuestión de la mariguana. Supone, por supuesto, el acceso de muchos pacientes a tratamientos hoy disponibles en otros países para padecimientos específicos. También, la apertura de un mercado controlado que, en el mediano plazo, generará más y mejor información sobre los efectos en la salud y las posibles aplicaciones de las distintas sustancias que están contenidas en las plantas. Pero, sin duda, su relevancia política y de políticas públicas radica en que reanimará nuestra conversación sobre la base de conceptos más precisos, evidencia objetiva y ángulos regulatorios mucho más racionales y humanos.

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