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martes, 23 de agosto de 2016

Un nuevo reto social Familia disfuncional


Capacidades y vida social se deterioran por los problemas de casa.





El concepto de familia disfuncional es ya de uso común y, al menos de forma aproximada, mucha gente lo entiende.

Su origen se encuentra en el área de la psicología y en un principio sirvió para designar a aquellas células de la sociedad con situaciones conflictivas que iban en detrimento del buen desarrollo de las habilidades de sus integrantes, en concreto de adolescentes y niños. A partir de esta idea se han explicado muchos fenómenos, entre ellos alcoholismo, drogadicción, violencia, agresividad o delincuencia, de modo que un juicio apresurado podría señalarle como el origen y único depositario de los males comunitarios.
Empero, los conocimientos que se han generado en cuanto a las relaciones humanas nos obligan a redefinir este término para apreciar todos sus matices pues, como indica Cecilia Quero Vásquez, terapeuta adscrita a la Asociación Mexicana de Alternativas en Psicología (Amapsi), “debemos explicar que la palabra disfuncional nos dice que la familia ‘no funciona’, es decir, no cumple las labores que le atribuye la sociedad, pero esto no es tan literal. Yo diría que estos grupos, aunque mal, están funcionando, y que sus individuos, aun con errores, se desenvuelven. Por otra parte, los pacientes suelen decirnos que ‘tienen problemas y discuten, como todo el mundo’, y con esto nos recuerdan que ellos no son los únicos con dificultades”.
La especialista afirma que es importante comprender que en el hogar encontramos un grupo primario, es decir, aquel en el que el individuo adquiere un nombre, aprende a amar y ser amado, comprende significados, descubre quién es con base en sus características físicas y psicológicas, asume roles de conducta, crea hábitos, se comunica y establece patrones para sus relaciones afectivas, pero también que la familia es un sistema que sirve como intermediario entre la sociedad y el individuo (mesosistema).
En este sentido, indica que “debemos poner atención en el momento en que las cualidades de este grupo afectan el crecimiento de sus integrantes, pues aunque los más vulnerables tienden a ser los hijos, porque están en formación, cuando vamos al fondo es común descubrir que una familia disfuncional afecta a todos y también puede ser una fuente de frustración para los padres”.
Por ejemplo, si el varón se restringe a su rol de proveedor de la casa, que socialmente sigue siendo una de sus principales participaciones, hará todo lo posible por obtener lo que hace falta para cubrir las necesidades de su grupo y esto implica que la presión que sienta por su situación económica le afectará. Asimismo, cuando la madre se desempeña en una dinámica absorbente como ama de casa y/o profesionista, dedicando todo su esfuerzo a sus seres queridos y sin obtener los resultados que espera, se va a llenar de frustración.
“Los adultos necesitan llevar a cabo su proyecto de vida, tener niveles de aspiración, porque de no ser así la familia puede convertirse en una fuente de obstáculos. En esto debemos poner mucha atención, cuando las necesidades ya no se están cubriendo al 100%, porque todos son perjudicados, no sólo los niños”, acota Quero Vázquez.
Realización y satisfacción afectiva
La mejor comprensión de la psicología humana, así como de las relaciones interpersonales y las que se crean al interior del hogar, nos ha llevado a entender que la salud psicológica se basa en dos ejes fundamentales. Comprender ambos aspectos es, en buena medida, la clave para saber qué sucede en realidad con una familia disfuncional.
El primero de estos aspectos es la realización, y consiste “en que alguien haga lo que quiere y no realice lo que no se desea, de modo que vaya adquiriendo una sensación gradual de potencia, de placer. Esto se ha deteriorado a nivel social, pues cada vez se vuelve más general la percepción de que uno mismo no es quien determina lo que pasa, y la responsabilidad se deposita en otras personas. A tal grado llega esto que dejamos que todo sea un asunto de buena suerte y que un amuleto o pócima nos ayude a tener salud, éxito, amor o dinero”.
En la media en que se pierde la sensación de potencia se incrementan frustración, irritabilidad, desesperación y conflicto. “Si observamos con atención, vamos a descubrir que las familias disfuncionales son aquellas que no están permitiendo la realización de sus individuos y no les dan las condiciones para que alcancen esa impresión de que pueden tener aspiraciones y cumplir sus objetivos”.
El otro eje de la salud psicológica es la satisfacción afectiva, mismo que va de la mano con las relaciones que se establecen en sociedad. “En la medida en que una persona se sienta a gusto con sus vínculos puede alimentar una autoestima positiva y tener seguridad, sin olvidar que a través de esto se afianzan elementos de comunicación, formas de expresión o creación, así como la capacidad de compartir”.
Cuando las relaciones se complican es evidente que se pierde el grado de satisfacción por la vida, y esto hace que lo que no se obtiene de forma cotidiana en la cantidad necesaria, se trate de conseguir compulsivamente. “Ahí está el caso de la adicción a drogas o alcohol, las compras compulsivas, comer en exceso o adoptar una ciberpatología, como le pasa al niño que se queda pegado a los videojuegos o el joven que no deja el celular o la computadora, ya que a través de internet y de las salas de plática (chat) encuentra a la gente que por su inhabilidad no podría conocer”.
La psicóloga enfatiza en que “se considera que una familia disfuncional, a largo plazo, generará personas disfuncionales; empero, el individuo va a trabajar, acude a la escuela y se relaciona como puede. La manera en que se vincula es donde debemos poner atención, en esas conductas que se generan y que pudieran ser paliativos o válvulas de escape por falta de realización y de satisfacción afectiva, y que les ayudan a recuperar, aunque con deficiencias, el equilibrio psicológico”.
Complejo abordaje
Problemas de conducta y aprovechamiento en un niño o adolescente suelen ser el primer indicador visible de dificultades al interior de la familia, de modo que cuando un chico llega con el psicólogo para recibir terapia, lo ideal sería incluir a otros miembros del grupo. Sin embargo, ésta es una labor complicada que requiere de mucha habilidad.
Al respecto, la psicóloga indica que “uno de los elementos más sintomáticos que encontramos es la forma en que traen a los niños a consulta. Digamos que la mitad de los padres ‘se curan en salud’, nos dicen que traen a su hijo por tal o cual problema, y asumen que tienen muchas dificultades, que discuten mucho, y saben que eso afecta al menor. Sin embargo, su actitud es como decir ‘se lo dejo’ o ‘cúrelo’ y ‘yo me voy’, pues no es tan fácil que deseen entrar a terapia, llevan todo un proceso de vida y no es sencillo que se asuman como pacientes”.
La otra mitad de los progenitores no logran descifrar qué es lo que pasa, y casi siempre terminan por culpar a la escuela (no es raro que entre el 70 u 80% de las consultas inicien porque los chicos son canalizados a través de sus colegios). Por si fuera poco, cuando estos jefes de familia acuden con un especialista es debido a que están ante un caso extremo.
Cecilia Quero cita un ejemplo: “Una madre me trajo a su hija de 10 u 11 años, porque controlaba esfínteres durante el día, pero de noche mojaba la cama. Le pregunté por qué la traía hasta ahora, y me dijo que antes tenían mucho dinero y que podía comprarle un colchón nuevo cada tres meses, pero que ahora tenía carencias económicas y ya no podía solventar el gasto; entonces su interés no era por la niña, sino por el dinero. Me parece que en estos casos la disfuncionalidad, en lo que toca a los adultos, les impide identificar el problema y hace que no sean sensibles al grado de afectación del menor, de modo que piden ayuda en casos extremos y no siempre reconocen su situación familiar”.
Ahora bien, cuando se evalúa a un niño con problemas se empiezan a transparentar las formas de control en su familia, cómo se establecen los límites, el tipo de comunicación y grado de satisfacción afectiva. Queda claro que se tratan de cambiar algunas cosas, pero el trato debe ser muy cuidadoso, pues un mal trabajo genera enojo, resistencia e indignación por parte de los padres, y éstos no vuelven a llevar al niño.
De tal suerte, el abordaje se lleva en dos niveles, uno con el chico y otro sugiriendo a los adultos cómo manejar algunas circunstancias, sensibilizándolos antes de que se genere un daño mayor, “pero esto debe suceder poco a poco, ya que no suelen aceptar que también necesitan ayuda. Hemos recibido padres que nos dicen que se están divorciando y pelean mucho, pero que no vienen a hablar de eso, sólo del niño. No cooperan, a pesar de que el menor está en un ambiente donde hay tensión, discusiones y experiencias que le afectan”.
Por su parte, hay parejas que acuden a terapia para mejorar sus problemas, y que lo hacen “sólo por sus hijos”. En realidad, tal planteamiento “deposita la responsabilidad de la relación en los chicos, cuando los padres deberían asumir con valor que son responsables de lo que están realizando y que lo hacen por ellos mismos. Además, se debe cambiar este enfoque porque sólo quien se siente bien consigo mismo va a tener algo qué dar. En algunos de estos casos el divorcio puede ser lo más conveniente, pues si al separarse van a sentirse bien, con más potencia y satisfacción, eso es lo mejor”.
Como apéndice de lo anterior, Quero Vázquez subraya que “en esta tónica de poner la responsabilidad en otros, niños y adolescentes corren el riesgo de ser los depositarios de todo aquello que ya no quieren los padres. Entonces aparecen los chicos con problemas de aprendizaje, drogadicción o alcoholismo, y ese hijo se convierte en un maravilloso distractor para no tener contacto con lo que en realidad pasa con la familia”.
Diversidad y economía
En opinión de la terapeuta, la sociedad ha cambiado radicalmente en los últimos 20 años y, por tanto, sus integrantes se han sometido a una serie de transformaciones. “Es tal la diferencia que ya no podemos hablar de ‘la’, sino de ‘las’ familias mexicanas, pues ahora tenemos un mosaico de situaciones o formas de organización”.
Hasta hace un par de décadas era posible hablar de un solo tipo de grupo formado por mamá, papá y dos niños, así como años atrás nuestros abuelos tuvieron 7, 9 o 12 hijos. Ahora podemos encontrar:
• Parejas homosexuales, que ya existían, pero que en nuestros días tienen un poco más de libertad e incluso pueden contar con hijos (adoptados o de uno de ellos).
• Familias construidas o ensambladas, es decir, en las que dos padres divorciados se unen, junto con sus respectivos hijos.
• Familias monoparentales, donde sólo hay padre o madre solteros.
• Mujeres u hombres divorciados que durante un tiempo vivieron como una familia tradicional, pero su pareja se fue y ahora están solos con sus hijos
• Parejas de “doble ingreso y sin niños” o dinks (siglas en inglés de double income, not kids), donde mujer y hombre acuerdan no tener hijos para invertir sus ingresos en darse una buena vida.
Lo interesante es que “no debemos perder de vista que la configuración de un grupo no es lo que explica su disfuncionalidad, pues podemos encontrar individuos en cualquiera de estas categorías con mucha salud psicológica, al igual que personas en grupos de conformación tradicional con bastantes dificultades. Más bien, cabe recordar que una familia cumple satisfactoriamente su objetivo cuando los individuos adoptan habilidades de aceptación a las circunstancias que ahora enfrentamos, así como recursos para hacer frente a las dificultades cotidianas”.
Asimismo, Cecilia Quero acota que tener una buena situación económica tampoco implica estabilidad y salud psicológica, pues “he trabajado con familias que tienen una solvencia maravillosa, pero sus miembros no se sienten bien y entrarían en el concepto de disfuncionales. En contraparte, hay otras con pocos recursos que vienen a consulta y pagan lo que pueden, pero se esfuerzan en mejorar y después del proceso terapéutico logran hacerse de habilidades; inician un negocio, su situación económica mejora y sobre todo se convierten en una unidad funcional. Definitivamente, no podemos atribuir el fracaso al dinero o a la forma del grupo”.
Por ello, concluye, el éxito de una familia ocurre en la medida en que su dinámica cotidiana propicie que sus integrantes se sientan con posibilidad de realización y tengan capacidad para relacionarse con los demás, expresarse, y mostrar afecto y empatía. “Los grupos en donde se den las herramientas para manejar emociones, resolver problemas, comunicarse adecuadamente, cambiar lo que no funciona y enfrentar la vida, serán los que cuenten con personas con una posición más sana e independiente ante la vida. No por nada, responsabilidad significa responder con habilidades”.

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