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jueves, 10 de diciembre de 2015

Revolución traicionada, olvidada



Fernando Curiel


Uno. El maderista Plan de San Luis dispuso el 20 de noviembre de 1910, a las 18.00 pm, como el del estallido de la Revolución Mexicana (si bien hubo un preestreno en la ciudad de Puebla, el día 18, a cargo de Aquiles Serdán y su familia). Al año siguiente, tomada Ciudad Juárez, sus facultades mermadas, presa de un terrible dolor de muelas, pese a haber sacrificado su gabinete, Porfirio Díaz (en el poder desde 1887) presenta su renuncia y marcha, para no volver, al exilio. París.

Dos. En un afán legalista discorde con el victorioso revolucionario, sucede al dictador Francisco León de la Barra, su secretario de Relaciones Exteriores. Nuevas elecciones. Francisco I. Madero ocupa, por escasos 13 meses, la Primera Magistratura. Se da a conocer el Plan de Ayala. Se alzan Pascual Orozco y Bernardo Reyes, señalado este último, como sucesor natural de Porfirio Díaz.

Tres. Adviene la Decena Trágica. Muerto Bernardo Reyes, “chamaqueado” Félix Díaz, los golpistas, Victoriano Huerta se hace del poder. El presidente Madero y el vice Pino Suárez son asesinados; después, Serapio Rendón y Belisario Domínguez. Baja del norte la segunda oleada revolucionaria. Carranza embrida a Álvaro Obregón pero no a Pancho Villa, los geniales generales populares. Pesadilla de las fuerzas federales en combates que alimentan el cancionero revolucionario.

Cuarto. En 1914 cae la Ciudad de México. Huerta huye del país pero no del cognac. Los gringos toman el puerto de Veracruz. Sus generales presionan al primer jefe Carranza con la agenda social del movimiento: agraria, obrera. La educativa en particular, cultural en general, deberá esperar a la presidencia de Obregón y la vasconcelista Secretaría de Educación Pública.

Cinco. En 1917 se proclama la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que inventa, para el constitucionalismo universal, las Garantías Sociales. Carranza, presidente de la República. En 1918, se embosca y asesina al insumiso Emiliano Zapata (Villa seguirá su suerte en 1923).

Seis. En 1919, Carranza se empeña en que lo suceda el civil Ignacio Bonillas (“Flor de té”, por la zarzuela en la que una jovencita no sabe quién es ni a dónde va). Le sale al paso el Plan de Agua Prieta.

Asesinato de Carranza. Nace y muere, diezmada, la rebelión de Adolfo de la Huerta, presidente provisional a la muerte de don Venustiano.

Obregón presidente. Plutarco Elías Calles, sucesor de Obregón. Este muere en el intento de suceder a su sucesor (antes se sacrifica a Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez).

Siete. Surge el Maximato: Portes Gil, Ortiz Rubio, Rodríguez (que construye Agua Caliente en Tijuana). Nace el Partido Nacional Revolucionario (PNR). El cuarto del Maximato elegido por Calles, Lázaro Cárdenas, le sale retobón, tanto que lo expulsa del país (todavía en pijama) y revive la agenda social no sin tics corporativistas.

Ocho. A Cárdenas lo sucede Ávila Camacho y empieza la posrevolución que llega a Díaz Ordaz. De 1968 data la desinstauración de la Revolución Mexicana. En 2000 gana las elecciones un remedo de PAN, partido opositor nacido en 1939. En 2012, el PRI, nieto del PNR, recupera la silla. Sólo que sin memoria histórica de la Revolución. La gran ausente en el discurso del Ejecutivo federal y de los directivos del PRI.

Nueve. De ahí que pasara, sin pena ni gloria, de dientes para afuera, el 105 aniversario del día primero de nuestro último movimiento (de profundidad) social. Por el contrario, se aprovechó la ocasión para el elogio de propia voz de las reformas estructurales. Que, salta a la vista, no alcanzan el rango de la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Así andamos. Gobernantes y gobernados. Desmemoria de la historia de la que provienen los siglos XX y XXI.



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