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lunes, 9 de noviembre de 2015

México bárbaro



Gilberto Guevara Niebla

En los últimos años, México ha comenzado a exhibir un nuevo rostro, es un rostro de barbarie, que no habíamos imaginado. Los hechos que dan constancia de este fenómeno todos los conocen: secuestros, ajusticiamientos, homicidios, proliferación de la violencia, choques entre las fuerzas del orden y las bandas organizadas, protestas sociales violentas, chantajes rufianescos como los llamados “cobros de piso”, vínculos de la clase política con las organizaciones del narcotráfico, etc., etc. Los más crueles y estrujantes han sido, por un lado, la revelación de los “niños sicarios” y, por otro, los linchamientos donde masas enfurecidas toman la ley en sus manos y asesinan a personas frecuentemente inocentes que habían sido señaladas, a través de un simple rumor, como delincuentes.

Una ola de indignación se ha levantado, en el país y fuera de él, por los hechos de Ayotzinapa, en los que, al parecer, agentes del orden secuestraron y quitaron la vida a 43 estudiantes. En todo ha sido palpable la incompetencia de la policía, de los ministerios públicos y del Poder Judicial en su conjunto. Se ha revelado, asimismo, la omnipresencia de la corrupción.

El nuevo rostro de México es el de la barbarie donde repetidamente se ofende a la inteligencia y a la razón, se burlan las leyes y se atropellan, una y otra vez, los derechos fundamentales del hombre. La civilización parece haber colapsado. La inseguridad se ha extendido hasta los últimos rincones del país. Es obvio para todos que la ética social y el respeto por el orden jurídico sufren una crisis inédita. ¿Dónde buscar el origen de este desastre? Se han buscado las causas, correctamente, en la ineficacia escandalosa del Poder Judicial: las policías se han convertido en un cáncer que socava la confianza en las instituciones de justicia; los ministerios públicos son, muchas veces insuficientes o incompetentes; el desempeño de los jueces se ha puesto en duda, etc. etc. Urge entonces una reingeniería institucional.

Pero en el análisis no es posible dejar de lado el papel de la educación.

México ha ampliado de forma extraordinaria su matrícula escolar, sin embargo, su impacto en la formación ética y cívica de los ciudadanos ha sido, en mi opinión, muy pobre. La educación pública ha sido predominantemente informativa y memorística, dedicando escasa atención a la formación moral y cívica. El modelo escolar de México es decimonónico y fue concebido como un medio para disciplinar y controlar a la sociedad, no para fomentar la autonomía y la formación de entes libres y críticos. La escuela no ha logrado jamás convertirse en “laboratorio de la democracia” como lo pensó John Dewey. Los planes de estudio han seguido el patrón positivista y enciclopedista que heredamos de Gabino Barreda: son excesivos y abrumadores. La educación moral y la formación para la legalidad nunca han sido elementos conspicuos dentro de la enseñanza. En un momento dado México decidió, acertadamente, por separar la enseñanza religiosa de la escuela y se adoptó el laicismo. En ese momento los educadores mexicanos debieron preguntarse: ¿cuál es la moral que corresponde al laicismo? pregunta que se formuló Emilio Durkheim desde el siglo XIX. Pero no lo hicieron. La educación siguió siendo discursiva, racionalista y memorística. Es verdad que desde 1999 se incluyó en educación básica la asignatura Formación Cívica y Ética, pero en la práctica esta asignatura se enseña como cualquier otra materia. Este sigue siendo un campo descuidado por el sistema educativo.

Integrante de la Junta de Gobierno del INEE. Sus opiniones son a título individual.

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