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lunes, 9 de noviembre de 2015

Disonancia

Macario Schettino
Recapitulando: en la segunda mitad del siglo XX pensamos que era posible que todo mundo viviera bien. En los países desarrollados, se crearon sistemas de bienestar que fueron convirtiéndose en deudas de los gobiernos (y de los sistemas financieros); en los emergentes, proyectos de desarrollo experimentales, casi siempre faraónicos. A partir de la década de los setenta se hizo evidente que eso no iba a funcionar, pero los gobiernos no quisieron asumir los costos. Diez años después, hicieron algunos ajustes, pero desde el inicio del siglo XXI recayeron en las grandes ofertas. La incorporación de China al mercado internacional hizo pensar que todo se había resuelto. Ahora China tiene una deuda de 250 por ciento de su PIB, inicia su proceso de despoblamiento y el problema es mucho mayor que antes.

Las personas que crecieron esperando una vida cómoda son ahora adultos que sufren para sobrevivir y que enfrentan grandes deudas que deben cubrir vía impuestos. Están enojados. Quieren lo que había antes. Ningún político serio puede ofrecer eso, porque es imposible, pero sí hay personajes públicos irresponsables que brincan a la política anunciando que saben cómo hacerlo. Los sistemas políticos empiezan a crujir: ganan los partidos extremos (como Syriza en Grecia, o tal vez Frente Nacional en Francia), aparecen nuevas agrupaciones sin pizca de responsabilidad (Cinco Estrellas en Italia, Podemos en España), e incluso personajes de la vida pública, sin historial alguno, se lanzan por los puestos más altos (Jimmy Morales en Guatemala, pero también Justin Trudeau en Canadá, más bon vivant que político de carrera).

No podrán cumplir sus promesas. Algunos, como Cinco Estrellas, son cuidadosos de nunca ganar las elecciones, para que no se les haga responsables de nada. Otros, como el genial Tsipras, logran mover a sus votantes de extremo a extremo sin perder popularidad. Algunos más van desilusionando rápido (como Podemos, por suerte para España).

Pero el tema de fondo no son las personas o agrupaciones mencionadas, sino el choque entre las expectativas de los votantes (una vida fácil) con la realidad (una vida dura y una deuda por pagar). Como sabemos desde hace unas décadas, este choque produce una disonancia cognitiva. Al no coincidir expectativas con realidad, una persona no cambia sus expectativas, sino que cambia su interpretación de la realidad (porque ésta no puede cambiarla). Para los que leyeron a Esopo, es la zorra con las uvas, que intenta alcanzar y como no lo logra, termina diciendo que al fin que ni las quería, porque estaban verdes.

Bueno, pues algo así estamos viendo. La población no reconoce que sus expectativas eran equivocadas, sino que modifica su interpretación de la realidad y decide que los políticos son unos inútiles (o rateros, o lo que sea). Cuando los ahora elegidos fallen, habrá otro nuevo choque. Puede ocurrir como en Grecia, donde Tsipras ha logrado administrar este proceso e ir convenciendo a los griegos de cambiar sus expectativas; o como en España, donde los gobiernos locales electos en mayo han sido muy útiles para desconfiar de Podemos, y corregir lo que se pensaba.

Si todavía no está claro, permítame decirlo bien: lo que estaba equivocado eran las expectativas, y no la realidad. El Estado de Bienestar de la posguerra fue un exceso de confianza. Es indudable que debemos hacer un esfuerzo cada vez mayor por lograr que todos los seres humanos vivan una vida digna y completa, pero eso no se logra tan rápido como creyeron muchos. Se cometió un error grave al prometer tanto, y al no corregir cuando la evidencia lo indicaba. Ahora, las deudas ahí están, y el proceso de ajuste es ineludible. No podemos evadirnos discutiendo temas supuestamente liberales. No por mucho tiempo.

El autor es profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey

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