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domingo, 22 de noviembre de 2015

Deslindes + Intocables, Corrupción e Impunidad



Por ARMANDO SEPULVEDA IBARRA

A menos que suceda un milagro de esos salvadores e irreversibles, la clase política va camino seguro a ser repudiada esta vez por toda la sociedad, sólo por su ineptitud y rapacidad. Ahora parece más difícil encontrar, acaso ni con la lámpara de Diógenes, un santo redentor que pudiera frenar el desencanto de los mexicanos contra los empoderados cuando, sin el menor recato, aquella casta ha depositado toda la fe en la corrupción y la impunidad del sistema, de los gobernantes y sus partidos y sus socios o cómplices, en su inmoral provecho.

Por la misma senda el gobierno del nuevo PRI, estelar protagonista de la debacle nacional, ya comenzó a desvanecerse, a declinar a pasos de gigante, como vaticinaba el oráculo, al compás de sus discursos demagógicos y de nuevas promesas populistas de llevar a México a gozar en un paraíso tipo adánico: inútil verborrea de aldeanos con que responde, con simpleza, a los reclamos de una sociedad harta de quienes, con falsedad, manipulan la política en beneficio de sus bolsillos personales e intereses de grupos, con el juego de la simulación de la democracia.

Vino la tormenta sobre la escandalosa descomposición del sistema político mexicano, el desgrane de todos los vicios con el detonante de la barbarie de Ayotzinapa y, lejos de atajarla con una cruzada contra la corrupción de los políticos, la impunidad, la violencia, la tortura, la grave violación de los derechos humanos y otras joyas que concibió el maridaje entre la inmoralidad de priístas y panistas con el aval de la corriente más corrupta de perredistas, el gobierno del señor Peña aspira a sofocar este calamitoso y explosivo panorama con retórica hueca inspirada en mentes de jilgueros de la época del despótico viejo PRI, como si el país viviera los aciagos sexenios de la dictadura perfecta estilo Díaz Ordaz y compañía.

Entre el enojo y repudio nacional e internacional a las atrocidades del régimen, la autoridad se refugia en el cinismo y, herida por la verdad, se retuerce como fiera y se recompone en el autoritarismo y, con el asombro de la diplomacia mundial, se atreve a desacreditar las observaciones y condenas de organismos de sobrada calidad ética y moral, como las Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el Relator para la Tortura de las Naciones Unidas y hasta la voz preocupada y respetable del papa Francisco, que tuvo el acierto y la precisión de etiquetar (o tildar) con la palabra mexicanizar como símbolo de la violencia en esta sufrida república.

Aferrarse a verdades históricas, como el cuento del mentiroso y aún impune ex procurador y cacique hidalguense Jesús Murillo Karam, destinado a convencer sólo a los tontos o a los autores intelectuales y materiales del crimen de estado de Iguala, recuerda los modos y formas de las peores dictaduras del continente que, en sus tiempos criminales, realizaban y solapaban las torturas, los asesinatos y desapariciones delinquidas por sus policías y militares, por órdenes superiores. Si hubiera voluntad de aplicar la ley, Murillo Karam y muchos funcionarios más ya estarían bajo proceso penal, unos por mentir y torcer la verdad y otros por haber participado en el crimen de lesa humanidad.

Desde el ilusorio cristal del gobierno, a juzgar por los desafortunados discursos del señor Peña, la vida nacional se desliza color de rosa entre sus maravillas y sus peroratas, dicción y dislates aparte, como si nada pasara en rededor de su pequeño mundo y todos los mexicanos vivieran atrapados en la felicidad hasta alcanzar lo más sublime o la santidad. De seguro ha de referirse a su clan que goza de sueldos de fábula, de privilegios y canonjías y muchos de la corrupción con dineros de las arcas o provenientes del tráfico de influencias con que protegen a amigos y empresarios corruptos, dadivosos a la hora de repartirse el pastel de la ignominia. (Tema de otra entrega periodística sería el de la corrupción y las extorsiones de funcionarios deshonestos contra contribuyentes de municipios del país y, en particular del estado de México, donde al amparo de la impunidad han surgido nuevos ricos entre la casta de politiquillos rapaces con los saqueos a las arcas públicas, extorsión a empresarios y hasta apropiaciones ilegales de terrenos y otros bienes de ayuntamientos, o la ya clásica moda de los diezmos revitalizada por Raúl Salinas de Gortari, la mordida institucional o la vulgar extorsión – “con recibo o sin recibo”, dicen con cinismo algunos tesoreros de ayuntamientos -- con abusos de poder y otras arbitrariedades propias del crimen organizado. Sobran pruebas).

Hablarle a la población con poca claridad, sin la verdad, obsesionarse por atraerla con más promesas sobre otras promesas de que mañana sin falta, a tales horas, comenzará a irles mejor a todos los mexicanos, a ponerse listos para correr en cualquier momento hacia el bienestar del primer mundo, con el simple aval de la palabra incumplida, dirían los clásicos de la política que esas poses saben a demagogia pura y, a la vez, al más ramplón de los populismos que, sin embargo, se condena desde el poder como aquel nefasto mal que – profetizan -- hundirá a México, cuando sus errores e incapacidades, mas su corrupción e impunidad proverbiales, han sido los autores de la ruina que arrastra el país desde la mediocridad de Miguel de la Madrid hasta la reinante del frustrado inquilino de la Casa Blanca de Las Lomas.

Merece recibir un trato distinto el sentir de la población cuando, molesta y furiosa con razón, desaprueba a todos los gobernantes y políticos, comenzado por la gris figura del señor Peña que ha sido además manchada por la sospecha de la corrupción suya con la afrentosa Casa Blanca y otras propiedades de procedencia aún incierta, así como otros bienes de su círculo de incondicionales, no aclaradas a plenitud hasta ayer 22 de noviembre. En lugar de que sacuda el árbol de la pudrición y entonces la sociedad empiece a deshacerse de los malos gobernantes que hurtan o despilfarran los recursos de los mexicanos, la esfera del poder se enraíza en su corrupción e impunidad y todavía, en su absurda y temeraria actitud, espera aplausos y empatía de un pueblo agraviado, saqueado y empobrecido por los clanes que los han hundido.

Todo la secuela de corruptelas e impunidad que han escenificado durante sexenios la clase política de todos los tintes y colores – priístas, panistas, perredistas y comparsas o apéndices --, han persistido intocables porque someterse a la ley, como debieran si en verdad fueran honestos, sería tanto como imaginarse a la serpiente gnóstica que muerde su cola y, si finaliza el rito, termina por engullirse.
armandosepulvedai@yahoo.com.mx

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