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martes, 29 de septiembre de 2015

Por SALVADOR CAMARENA
¿Es Andrés Manuel López Obrador lo peor que podría pasarle a México? La pregunta viene a cuento porque, para empezar, ya van tres importantes discursos que Enrique Peña Nieto dedica a los populistas. Y vaya que son notables las sedes que ha elegido para ello. El primero de los discursos fue en julio, al recibir el abrazo de su partido, el PRI. El segundo al rematar su Informe de tercer año de gobierno, en el mismísimo Palacio Nacional. Y ayer, ni más ni menos, desde la tribuna internacional más importante, desde la Asamblea General de las Nacionales Unidas.

Más que desesperación, tanta arenga presidencial sólo puede interpretarse como una estrategia electoral (tan tempranera como la de AMLO), para intentar que la cuota del voto duro de los priistas alcance una vez más y que en 2018 el PRI retenga la presidencia de la República, triunfo con el que nada sustancial cambiaría en el país. Seis años más de statu quo.

De ahí que de repente sea el PRI el más interesado, a través de Manlio Fabio Beltrones, en presentarse como un defensor de las candidaturas de los independientes: un avance democrático –la posibilidad de que alguien sin partido haga campaña presidencial– podría, paradójicamente, apuntalar en la próxima cita electoral federal al arcaico sistema priista. Podría darse el escenario de que la división de las oposiciones trabaje a favor del tricolor.

Así que bienvenidos a este foxismo reloaded. El presidente Peña Nieto, que ha prometido no dividir a la sociedad, está empeñado en agrupar en torno a su persona y su partido a los interesados en que nada cambie.

El problema son los populistas (también los de derecha, advirtió ayer el mexiquense en Nueva York), no la impunidad de gobernadores como Javier Duarte o de exgobernadores como Guillermo Padrés.

El riesgo son los que engañan con supuestas falsas promesas, no las administraciones que dejan estados hundidos en deudas, no las legislaturas –en los estados y en la Unión– que trienio a trienio ocultan el destino de millonarias partidas gastadas discrecionalmente.

La tragedia, dice esta tonada que se está volviendo frecuente, estaría en elegir a quien prometa cambiar lo que difícilmente puede ser catalogado como un modelo de éxito. Será una mediocridad donde campea la corrupción, pero es nuestra mediocridad, parecen decir las élites.

Si el presidente lleva las cosas al nivel de polarización que México ya vivió en 2004-2006, ¿cómo van a responder los académicos, las OSC, los medios de comunicación? ¿El Partido de la Revolución Democrática llegará al extremo de jugar del lado del presidente, de renegar en plena campaña de su dos veces candidato presidencial? ¿Veremos un bloque tipo “todos unidos contra Andrés Manuel López Obrador”?

Casi tres años antes de las elecciones, López Obrador ya es el centro del debate, visibilidad que el exjefe de Gobierno capitalino ha ganado no tanto por lo que ha hecho –independientemente de los spots–, sino por lo que los demás no han hecho.

Su triunfo en junio en realidad fue una victoria mediática. Ganó el Distrito Federal y muy poco más, y sin embargo lo ha rentabilizado como si en realidad se hubiera vuelto una fuerza nacional.

Ese avance lució mayor dados los defectos de sus oponentes –un descolorido gobierno en la capital, una administración atascada en lo federal.

No sabemos si AMLO es lo peor que pueda pasarle a México, pero por lo pronto esa candidatura no oficial recibe oxígeno de Peña Nieto, que apuntala la idea de que López Obrador representa el cambio al modelo actual.

Riesgosa apuesta la del presidente.

Twitter: @SalCamarena

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