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miércoles, 2 de septiembre de 2015

Deslindes

+ Naufragio a la Mitad del Camino

Por ARMANDO SEPULVEDA IBARRA


A la mitad del camino el gobierno del señor Peña naufraga, cautivo de sus errores, entre la sublime mediocridad e ineptitud de su equipo y la suya propia, entre los escándalos de corrupción e impunidad en sus más altas esferas, entre la creciente pobreza e inseguridad, entre la imparable violencia y las matanzas cotidianas y, para aderezarle el pastel por el ¡feliz cumpleaños!, entre el nuevo desplome de la economía, el precio del petróleo y el valor del peso y la huidiza esperanza de ahora sí mover a México más allá de la arenga demagógica, los spots mentirosos y el despeñadero a donde ha orillado al país con ejemplar incapacidad y desenfado.
Por las apariencias y por la verdad histórica, por el sentir general de la sociedad mexicana, el gobierno del señor Peña comenzó hace poco más de un año a devaluarse con celeridad como nuestra moneda, a irse a pique como ningún otro régimen en cortísimo tiempo y a perder aún más credibilidad entre la ciudadanía mientras iban estallándole una serie de problemas creados por la novatez e ineficacia de su clan, el entreguismo al poder económico neoliberal externo, el abandono de la población a su suerte y la escasa pericia (o suma de ignorancia) de su cúpula para conducir los destinos de una nación que ha sufrido, en los últimos treinta años, los embates de gobiernos, partidos y políticos insensibles, distantes y rapaces, sólo aptos, ni duda cabe, para el saqueo de los tesoros públicos y para enriquecer a unos cuantos.
Después de la increíble fuga del ya legendario capo Joaquín El Chapo Guzmán del penal de alta inseguridad del altiplano en julio pasado, un verdadero broche de oro a su gobierno, la raquítica popularidad del señor Peña terminó por venirse a los suelos hasta concitar un repudio de 64 por ciento de los mexicanos a su persona, con la suma del resto de dislates cometidos desde 2012, según la más reciente encuesta del diario Reforma, uno de los pocos medios ajenos al servilismo de la desacreditada prensa incondicional al régimen.
Sólo entre algunos fieles a los favores del grupo en el poder creen sin apostar que el actual huésped de Los Pinos puede atraer el milagro de recuperar fuerza política, empoderarse otra vez e influir en la sucesión presidencial cuando, nadie vacila, sus cartas fuertes, como los señores Videgaray y Osorio Chong, ambos zarandeados por las sospechas y acusaciones de tráfico de influencias y corrupción, han ido de la mano de sus impericias tropezando con fracasos en sus encargos: uno se desfondó con la caída fatal de la economía y otro con el escape del líder del cartel de Sinaloa con el más puro estilo de las películas de Hollywood, como para mover a envidia a sus mejores guionistas y hasta los sepulcros del escritor William Faulkner, hacedor de historias para películas en sus tiempos de gloria.
Junto con el señor Peña y su equipo ruedan cuesta bajo rumbo al abismo, a gran velocidad, los demás personeros del desprestigiado sistema político mexicano allí donde anidan la voracidad y la rapiña de politiquillos corruptos que, a fuerza de engañar al pueblo y validarse con sus complicidades cuando toman para sus bolsillos los dineros de los contribuyentes, han perdido la estima ciudadana. Ningún partido ni institución del estado, ni sus políticos y funcionarios, vaya: nadie de la alta burocracia, gozan de credibilidad o de respeto de los ciudadanos e inclusive se confía más en la policía y otros gremios de inferior ralea que en aquellos desvalijados cascarones y figuras.
Ante el rechazo de más de dos terceras partes de la población a su gobierno y ante la urgencia de hacer algo con premura frente a las nuevas crisis económica, política y social, al menos con intentos de forma, el señor Peña pretende recomponer su tambaleante estampa con una serie de doce cambios en su gabinete, aunque en el fondo envíe el involuntario mensaje de que sus rutilantes estrellas han fracaso tanto así en sus puestos como para removerlos a otra responsabilidad, sin duda como premio a la ineptitud y al amiguismo, o para distraer con otro acto de circo a la robusta inconformidad nacional y, al mismo tiempo, despabilar a los señores del nuevo PRI con la alternativa de placear a los señores José Antonio Meade y Aurelio Nuño, nombrados titulares de la Sedesol y la SEP, respectivamente, como parte de un abanico de aspirantes a la candidatura presidencial más amplio que cuando, hasta agosto, andaban solitarios, con su hándicap, los vapuleados secretarios de Hacienda y Gobernación, Videgaray y Osorio Chong, responsables de la economía y la seguridad del país, en su orden. ¿Alguno tendrá nivel y sesera para aspirar a la Presidencia?
Llega el tercer informe del señor Peña con mucha tela de dónde escoger para repasar el estrepitoso fracaso del grupo de tolucos e hidalguenses que, sin talento ni suficiente probidad, tomaron el poder con la compra de votos y otras triquiñuelas y pillerías, con la visión de entregar los recursos del país, como el petróleo, al voraz capital transnacional, así como para repartirse entre los suyos y empresarios nativos afines a sus intereses otra tajada del gigantesco pastel de la corrupción institucionalizada. A menos de tres años de gobierno aumentó el número de pobres en más de dos millones de compatriotas para sumar más de 55 millones, se devaluó el peso en más de 30 por ciento, volvió a frustrarse el intento de rebasar el mediocre dos por ciento anual en el crecimiento del producto interno bruto; creció en 57,410 el número de asesinatos en 32 meses contra 33,347 en igual período del gris belicista Felipillo Calderón; se disparó la deuda externa y para 2016 habrá un boquete de 326 mil millones de pesos en el presupuesto por la baja en los precios del petróleo. ¿Dónde está la fantasía, la ilusión de las reformas estructurales que ofrecía el señor Peña con la promesa de que posarían a los mexicanos casi casi en el paraíso, aunque renegaran? A la fecha ninguna, ni la energética ni la educativa, han traído algún beneficio, ni por lo visto llegará.
El fracaso del gobierno camina a la par con la estela de la corrupción sexenal que arrancó, al menos a la vista pública, con la puesta en escena de la incómoda Casa Blanca de Las Lomas de Chapultepec de la familia real y las residencias de Videgaray y Osorio Chong adquiridas de la bondad de contratistas predilectos de esta cúpula de la burocracia. Sin embargo, con un hilarante proceder como si fuera tomado en préstamo de una obra de Shakespeare, apareció cual bufón del rey el flamante secretario de la Función Pública, el señor Virgilio Andrade, para decirle a los malpensados que ni su patrón el señor Peña ni su esposa la señora Angélica Rivera, ni su ex jefe el señor Videgaray se involucraron en conflictos de interés cuando adquirieron aquellas mansiones en millones de dólares con la ayuda inmobiliaria de quienes han recibido contratos por decenas de miles de millones de pesos en concursos manipulados por la mano de la corrupción para asignárselos con la opacidad característica de esta camada de notables.
A reserva de contar otras joyas nefastas del actual gobierno, como las violaciones a los derechos humanos, la demencial e impune desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, las ejecuciones de Tlatlaya, Apatzingan y demás y el olímpico cinismo del clan gobernante para evadirse de las culpas, el señor Peña alcanza sin aliento ni poder su tercer año mientras la autoridad se le escurre entre la alegre ineptitud propia y de los suyos, hasta volverse el hazmerreir de las redes sociales.
armandosepulvedai@yahoo.com.mx

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