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lunes, 29 de junio de 2015

Periodismo

Por Gil Gamés


Gil caminó sobre la duela de cedro blanco pensando en el periodismo. Ese lugar que ha hecho posible a Gamés y que al mismo tiempo ocupa horas y horas de su vida. Inopinadamente (adverbio largo como la culebra), Gamés encontró un texto canónico de Tomás Eloy Martínez en una Antología de su obra publicada por el FCE: La otra realidad. En esas páginas sobresale un texto, “Periodismo y narración: desafíos para el siglo XX”. La lectora y el lector lo saben, Tomás Eloy Martínez es el autor de dos libros centrales de la novela política latinoamericana: La novela de Perón y Santa Evita. Gil arroja a esta página del fondo algunos subrayados del ensayo sobre periodismo que incluye este libro excepcional.
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Los seres humanos perdemos la vida buscando cosas que ya hemos encontrado. Todas las mañanas, en cualquier latitud, los editores de periódicos llegan a sus oficinas preguntándose cómo van a contar la historia que sus lectores han visto y oído decenas de veces en la televisión, o en la radio, ese mismo día.

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¿Cómo seducir, usando un arma tan insuficiente como el lenguaje, a personas que han experimentado con la vista y con el oído todas las complejidades de un hecho real? Ese duelo entre la inteligencia y los sentidos ha sido resuelto hace varios siglos por las novelas, que todavía están vendiendo millones de ejemplares a pesar de que algunos críticos decretaron que habían muerto.

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También el periodismo ha resuelto el problema a través de la narración, pero a los editores les cuesta aceptar que esa es la respuesta a lo que están buscando desde hace tanto tiempo.

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De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas. La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación de datos, la interrogante constante. Allí donde los documentos parecen instalar una certeza, el periodismo instala siempre una pregunta. Preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar.

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No todos los reporteros saben narrar y, lo que es más importante todavía, no todas las noticias se prestan a ser narradas. Pero antes de rechazar el desafío, un periodista de raza debe preguntarse si se puede hacer y luego si conviene o no hacerlo.

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Cuando un diario se vende menos nos es porque la televisión o el Internet le han ganado la mano, sino porque el modo como los diarios dan la noticia es menos atractivo. Casi todos los periodistas están mejor formados que antes, pero tienen menos pasión; conocen mejor a los teóricos de la comunicación pero leen menos a los grandes novelistas de su época.

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No estoy preconizando que se escriban novelas en los diarios, nada de eso y menos aún en el lenguaje florido y adjetivado al que suelen recurrir los periodistas que se improvisan como novelistas de la noche a la mañana. Tampoco estoy deslizando la idea de que el mediador de una noticia se convierta en el protagonista.

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Cada vez que un periodista arroja leña al fuego fatuo del escándalo está apagando con cenizas el fuego genuino de la información.

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El periodista no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta.

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El periodismo nació para contar historias, y parte de ese impulso inicial que era su razón de ser y su fundamento se han perdido ahora. Dar una noticia y contar una historia no son sentencias tan ajenas como podría parecer a primera vista. Por el contrario, en la mayoría de los casos son dos movimientos de una misma sinfonía.

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No es por azar que, en América Latina, todos, absolutamente todos los grandes escritores fueron alguna vez periodistas: Borges, García Márquez, Fuentes, Onetti, Vargas Llosa, Asturias, Neruda, Paz, Cortázar, todos, aun aquellos cuyos nombres no cito. Ese tránsito de una profesión a otra fue posible porque, para los escritores verdaderos, el periodismo nunca es un mero modo de ganarse la vida sino un recurso providencial para ganar la vida.

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Sí, los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras los meseros traen las charolas que soportan el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular la máxima de Tomás Eloy Martínez por el mantel tan blanco: “El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa”.


Gil s’en va

Twitter:@GilGamesX

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