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miércoles, 13 de mayo de 2015

Las brechas de la desigualdad

Por Martín Espinosa

Ya lo advierte Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001: “Tiene que pensarse no solamente en lograr la estabilidad económica, sino asegurarse de que los ingresos se inviertan realmente en las personas para generar más igualdad”. Contundente, al hablar de la realidad de México, el Nobel dejó escuchar su voz durante una sesión del Décimo Foro Económico Mundial sobre América Latina (WEF LATAM) para sentenciar que nuestro país debe evitar la austeridad porque con la restricción al gasto no habrá los resultados esperados tras la aprobación de las reformas estructurales.
Y es que gran parte de los problemas sociales provienen de las dificultades económicas para conseguir lo indispensable para sobrevivir en el mundo, en el cual obtener los principales satisfactores es cada vez más caro. “En México —dijo el economista— es conocido que se paga un alto precio por la desigualdad que proviene de la falta de oportunidades educativas”. Basta ver la realidad en la que viven millones de familias en el país, así como la falta de oportunidades que existen en la formación académica de jóvenes para darse cuenta de que la enorme brecha que existe en el tema educativo ha llevado a bajos niveles de rendimiento a alumnos que llegan a niveles medio y superior. Y un pueblo con deficientes niveles de educación está condenado a permanecer en la medianía con respecto del aprovechamiento de la productividad y el conocimiento que generan ciencia e investigación.
Nadie, que aspire a una mejor sociedad, puede pasar por alto que la pobreza en la que viven millones de compatriotas es generada por la falta de oportunidades que en cuestiones educativas y laborales prevalece en el país, independientemente de que una de las prácticas políticas de las últimas décadas ha sido el “aprovecharse” de la pobreza de esa gente que no tiene mayores “oportunidades” que las dádivas que les da el gobierno o lo que logran obtener en tiempos de campañas electorales como en los que nos encontramos en estas semanas previas a la elección del 7 de junio. Y ya son décadas de vivir en esa desigualdad en la distribución de los ingresos. Con cada crisis económica se ha incrementado el número de pobres que no tienen acceso ni siquiera a los servicios más elementales. La presión que ello ejerce, hoy, a nivel social es cada vez más palpable en los conflictos de seguridad que se registran en varias entidades. Desde el trágico fenómeno del narcotráfico y el crimen organizado hasta los conflictos en comunidades agrícolas que generan enfrentamientos entre campesinos y las fuerzas del orden. De ahí la desconfianza de los ciudadanos en las próximas elecciones que están a la “vuelta de la esquina”: ocho de cada diez ciudadanos no confían en el proceso electoral. El “bombardeo” mediático con motivo de la contienda política ha surtido sus efectos; no hay ciudadano que lamente la “guerra de lodo” en lugar de propuestas serias y viables por parte de quienes aspiran a obtener el voto de los potenciales electores. A ver cuántos van a las urnas el primer domingo de junio.Y no se trata de ir “en contra” de todo, como sugieren los jilgueros del poder. Es tratar de entender, en su justa dimensión, la crisis de confianza y credibilidad por la que atraviesan quienes han hecho de la política su modus vivendi, aun por encima de los intereses de una sociedad que lucha y trabaja a diario por sobrevivir.

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