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jueves, 15 de enero de 2015

El voto: arma y derecho

México.- El dilema no es votar o no votar, sino por quién y para qué. La lucha por el sufragio efectivo ha sido un objetivo de los demócratas, de los ciudadanos que han luchado por los derechos, ya sea desde la visión del igualitarismo, del liberalismo o por aquellos, que desde el conservadurismo, se han opuesto al fascismo.

En toda sociedad plural y diversa, desigual socialmente; pervertida políticamente, violentada y agredida, el voto se convierte en un arma en manos de los excluidos, los oprimidos y los vejados.

En México, esa arma política ha sido construida históricamente para modificar, cambiar, transformar y reformar. Hoy muchos no creen en ella, incluso algunos que llaman a votar, pues no creen en los representantes que eligen, solo creen en las prerrogativas que deja el registro partidario.

El dilema no es votar o no votar, sino por quién y para qué. La lucha por el sufragio efectivo ha sido un objetivo de los demócratas, de los ciudadanos que han luchado por los derechos, ya sea desde la visión del igualitarismo, del liberalismo o por aquellos que desde el conservadurismo se han opuesto al fascismo. Todas las expresiones ideológicas tienen extremos enemigos de la democracia.

Enemigos históricos del voto han sido los fabricantes de fraudes, los que usan los recursos públicos y las prerrogativas para crear súbditos; enemigo del voto libre son el clientelismo y las formas corporativas para controlar el voto. ¿Para que coincidir con ellos?

Al sistema de partidos, no le interesa que los ciudadanos voten. Las prerrogativas partidarias se obtienen, no por el número de votantes, sino por el porcentaje de votos a su favor. El abstencionismo “natural” o el activo —en un sistema de minorías como el que prevalece— contribuye a fortalecer el voto duro de los partidos y hacer más eficiente el clientelismo.

Una estrategia de llamar a abstenerse ayuda a que prevalezca el sistema clientelar, hasta ahora intacto. La decisión de impedir por la fuerza la instalación de casillas, en las condiciones que tenemos, es fatal, porque terminará estableciendo enfrentamiento de ciudadanos contra ciudadanos y victimizando un sistema en descomposición. Es contradictorio, pero es como las vacunas; la enfermedad del voto se combate con el voto.

Hoy la ciudadanía que busca cambiar ha utilizado la crítica, gruñir, manifestarse y se enfrenta a la disyuntiva de ir o no a votar. El problema para decidir lo correcto, como una propuesta ciudadana para cambiar la situación del país, es lograr establecer la causa común en un país complejo y diverso. En zonas de Guerrero por condición actual e histórica, algunos plantean como salida la organización guerrillera a manera de respuesta, pero como alternativa nacional esta idea no se ve válida en estados que buscan ya no entrar, sino salir de la violencia: ¿cómo convencer en Tijuana, frontera de Sonora, Ciudad Juárez y Chihuahua, Torreón y Saltillo, Monterrey, Matamoros, Tampico y Veracruz o Michoacán en la lucha armada, si llevan más de 10 años sumergidos en la violencia y nadie ha ganado?

En la lucha contra las dictaduras argentinas, chilena; en Uruguay, Brasil, Salvador, Nicaragua, Guatemala y Colombia, las grandes sangrías terminaron en pactos y acuerdos de transición a través del voto, ante el carácter infinito de la violencia. En Venezuela, el voto llevó a la constitución bolivariana y los opuestos buscan mediante el voto revertirlo, deteniendo la tentación de los extremos para usar la violencia.

Lo que estamos viviendo es una crisis política y social, una crisis de las instituciones ante las cuales, mientras exista derecho de manifestación y de expresión o elecciones, hay condiciones para organizarse y detener la salida autoritaria y represiva a las crisis.

El debate sobre la posición correcta desde la política democrática no partidista, de su programa y su propuesta, deberá construir el llamado que permita a la sociedad avanzar en la tarea de la justicia y la democracia, para vencer un sistema de partidos ya agotado y que impide el sufragio efectivo.

Para una nueva constitución se requiere no solo ser espectadores críticos y manifestantes, sino construir una mayoría legislativa que surja de una Asamblea Ciudadana autónoma e independiente. La sociedad civil, los ciudadanos deben disputar los espacios de decisión y con las facultades y el voto que se tiene, construir una opción y credibilidad en ciudadanos de carne y hueso. Hoy la utopía debe construirse con acciones concretas y no solo de manifestación efímera.

Hoy, la ley electoral ha cerrado mañosamente (el 26 de diciembre de 2014) el camino para registrar candidatos independientes; aún así, el eslabón débil del sistema está en el voto y por ello sigue siendo subversivo en manos de una opción ciudadana democrática.

Ejercer el voto e ir a las urnas presentando una opción y enseñando a otros ciudadanos una alternativa, sería un punto de partida, una batalla más de una revolución ciudadana.

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