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miércoles, 3 de diciembre de 2014

Deslindes

Ineptitud y Corrupción Desinflan a Peña Nieto
Por ARMANDO SEPULVEDA IBARRA


Ayuno de recursos políticos e intelectuales, e inclusive éticos, el señor Peña Nieto enfrenta a la gravísima crisis política y social que hunde a todo vapor a su gobierno, sólo con la palabrería de más promesas, culpa a todos del naufragio del país menos a su persona y su grupo en el poder y, en un angustioso intento por escapar de la ira y la protesta nacional en su contra, quiere vender una falsa empatía con las banderas de la inconformidad con el grito de “¡Todos somos Ayotzinapa!”, nada creíble en su boca.

¡Cómo es posible que un presidente recién obsequiado con el título de estadista mundial responda con vaguedades y refritos insustanciales a los reclamos de una sociedad harta de un sistema en descomposición cuyo sostén es la impunidad y la corrupción, mientras la inercia e incapacidad del gobierno del nuevo PRI arrastra a la nación a la ingobernabilidad entre la violencia criminal y el desplome incesante de la economía, el peso y los precios del petróleo, que avisan de la cercanía de una nueva crisis econ´mica encima de la endémica!

A muchos analistas da la impresión de que el señor Peña Nieto, más fascinado por la imagen y la vanidad del marketing a su perfil que encantan a las revistas de la frivolidad, ignora la realidad o carece de ideas, o de plano nadie sabe darle un buen consejo, porque su tercera llamada, tercera, una oportunidad única e irrepetible para convocar a la sociedad y congratularla con un verdadero cambio de rumbo, la desperdició en un decálogo de proyectos sobados que ya aguardaban en las antesalas legislativas y como novedad ofreció un número telefónico nacional para denuncias y el autoritario interés presidencial de mancillar el municipio libre con la desaparición de poderes por la Federación en ayuntamientos infiltrados por el crimen organizado.

Ni una autocrítica salió de labios del señor Peña Nieto cuando la expectativa de su anunciada comparecencia del jueves 27 de noviembre imaginaba que daría la cara, con la valentía y honradez de quien tiene las manos limpias, para esclarecer de una vez por todas ante un pueblo desconfiado y enardecido las sospechas de corrupción en su contra, de tráfico de influencias para hacerse de mansiones, de tener al empresario Juan Armando Hinojosa Cantú de prestanombres desde los tiempos de gobernador del estado de México, de cómo obtuvo sus 15 propiedades con el testimonio de papeles a la vista, de por qué el vendedor de la Casa Blanca de Las Lomas de Chapultec acaparó las licitaciones de las obras más importantes en territorio mexiquense por valor de 35 mil millones de pesos y sigue en racha con las del Gobierno Federal con contratos por otros 25 mil millones de pesos, sin que hasta hoy alguien del clan del orgullo de Atlacomulco sepa o diga o alegue que el controvertido constructor posee una capacidad técnica fuera de discusión y una calidad de primer mundo como para imponerse a compañías de renombre mundial.

Ante la burocracia en pleno y cúpulas empresariales afines a su tambaleante gobierno, bajo un gigantesco escudo nacional que empequeñecía más la criticada silueta presidencial, el señor Peña Nieto jamás habló de la corrupción y la impunidad en su gobierno, ni de la ineptitud manifiesta de su gabinete, ni de los motivos de continuar con la estúpida guerra del señor Calderón que ha costado más de cien mil vidas y la desaparición forzada de otras treinta mil, así como la siembra de incontables cadáveres en fosas clandestinas.

Otra vez había fallado la estrategia de los eruditos amanuenses que redactan los discursos al señor Peña Nieto para que los lea en su habitual telepromter y, para sorpresa del auditorio, ponía en evidencia el talento presidencial con su hueco contenido, ligado de frases hechas, lugares comunes, evasivas, culpas a los demás y por negarse a asumir una responsabilidad ante la inestabilidad del país que ha sido provocada por la ineptitud y la corrupción de los hombres en el poder, por el fomento de la violencia y la impunidad con sus erráticas formas de combatir a la delincuencia y la ilegalidad y por eludir todo cuanto implica el crimen de lesa humanidad de Iguala y decir que solo la autoridad local es la responsable. Por algo sube de tono la demanda de las marchas y manifestaciones tumultuosas, como las del domingo 30 de noviembre pasado, que exigen la renuncia del señor Peña Nieto y rinda antes cuentas claras sobre las sospechas y evidencias de corrupción en el caso de la Casa Blanca.

A juicio de los oficialistas y demás coro de aduladores el señor Peña Nieto esperaba recuperar su figura y simpatía artificial y de mercadología y ponerse a la cabeza de las circunstancias, para salir del ojo del huracán que cada día, al calor de las marchas, manifestaciones, bloques y creciente descontento nacional, viene minando la debilitada persona del huésped de Los Pinos desde los seis asesinatos de Iguala y la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, pasando antes por el fusilamiento de 22 presuntos delincuentes en Tlatlaya a manos de militares, hasta el escandaloso espectáculo de corrupción de la Casa Blanca de la pareja presidencial. Empero fue un valioso termómetro para la sociedad y la alta burocracia allí presente que sólo una vez, mientras leía su inconsistente decálogo en Palacio Nacional con nerviosismo y ojos de preocupación ante un panorama incierto, haya sido aplaudido, por cierto con tibieza – decían las crónicas – por aquel dócil rebaño que, por lo regular, le festeja hasta el “muchas gracias” con que concluye su lectura del telepromter.

Había voces incluso oficialistas que suponían que el señor Peña Nieto ofrecería signos de voluntad de cambiar una serie de cosas, con el simple anuncio de destituir a medio gabinete al menos entre un ramillete de ineptitudes y omisiones, que encabezan el procurador, los secretarios de Gobernación, de Hacienda, de Comunicaciones y Transportes, de Educación Pública, de la Función Pública, etcétera. En abono a todo, una encuesta del diario Reforma, difundida este lunes, confirma que todo el gabinete está reprobado y sólo el secretario de Relaciones Exteriores alcanza un mediocre panzazo de 6.1. Al de Atlacomulco tampoco le fue bien en este sondeo: desaprueban su gobierno 58 por ciento de los ciudadanos y 79 por ciento de los líderes de opinión con todo y su codiciado galardón de estadista mundial otorgado en septiembre pasado en Nueva York por los zopilotes de la globalidad.

Ebrios de arrogancia y vanidad, ufanos de saber cómo hacerlo aunque supieran que venían de despacharse a sus anchas en estados donde se gobierna con la corrupción en la mano, el control absoluto de los medios, la represión a los inconformes y la incapacidad para moverse en la democracia y para la negociación política, los señores en el poder creyeron que el dinero como pervertido recurso para vencer o someter, iba a garantizarles la estabilidad, la credibilidad y el consenso y, de paso, la impunidad, como los tiempos en que regaron plata para comprar votos entre los mexicanos más desposeídos.

Por ahora esta clase política instalada en el poder se halla cautiva en el laberinto de sus errores y mediocridad, en espera de un milagro que pudiera congraciarlos con una sociedad a la cual nunca tomaron en cuenta, salvo en los momentos en que abrió los ojos y protestó contra los de arriba, a partir del desbordamiento de Ayotzinapa, para sentarla desde hace dos meses en el banquillo de los acusados y emplazarla a resolver el crimen de Estado de Iguala e iniciar una profunda reforma general.

Ardua es sin duda la empresa que acomete hoy la sociedad con este movimiento nacional contra un sistema corroído por la corrupción y la impunidad y responsable del baño de sangre que ha enlutado a centenares de miles de personas y que este gobierno sin brújula ni rumbo cierto, persiste en continuar.

La cohesión de los mexicanos en estos tiempos de combate a los grupos que utilizan el poder con frivolidad y confunden la política con los negocios, acotará las reformas y los negocios de amigos como el nuevo aeropuerto y otros trapos sucios de este gobierno.

Acaso todavía ignoren los señores del poder que sus planes e ilusiones por perpetuarse en el negocio de la política para enriquecerse con una camada de nuevos ricos, están a punto de precipitarse al vacío e, ignorantes de la realidad que amenaza con el arribo de una indeseable ingobernabilidad, quieren robarse las banderas con el rapport o empatía a través de un grito desesperado de “¡Todos somos Ayotzinapa!” como si la gente fuera tonta y pudieran manipularla con su falsedad.

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