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martes, 21 de octubre de 2014

Deslindes

Termina el Ensueño y Florece la Crisis


A través de las grietas y los agujeros de la violencia, la impunidad y la corrupción institucional, al gobierno se le escurre hoy como agua el momento de México, un ensueño que al fin cedió a la realidad y despertó a muchos de su letargo con el fusilamiento de Tlatlaya y la barbarie de Iguala contra normalistas, al compás de la indignación general de una sociedad hastiada de simulaciones, fraudes, tragedias y miseria.

Es igual de grave que, fuera del discurso charlatán y la usual promesa de justicia, nadie esclarezca hasta el día 20 de octubre el móvil y la autoría intelectual del secuestro y desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desde el 26 de septiembre pasado y, por lo demás, las autoridades informen con júbilo idiota y con cinismo que las decenas de cadáveres hallados en fosas secretas de Iguala pertenecen a otras personas, como si esas ejecuciones fueran legales y de escasa o nula importancia, cuando a simple análisis exhiben cómo aquélla y otras amplias regiones del país parecen cementerios clandestinos.

Hasta antes de ambos sucesos que recuerdan las atrocidades de las dictaduras más feroces del subcontinente, por su saña inhumana e impunidad, la visión oficial que veía con su ilusión óptica un país maravilloso a partir de que – decían con voz engolada – “México cambió” y va directo “al primer mundo”, ignoraba por conveniencia la verdad de una sociedad que sobrevive entre los fuegos del crimen organizado y los de una autoridad simbolizada por policías corruptos al servicio de la delincuencia y otras fuerzas represoras, así como órganos de justicia de rodillas ante el poder y políticos inmorales que atracan los recursos públicos, extorsionan a civiles y empresarios y al día de hoy jamás se cansan de depredar a la nación. Por algo la clase política mexicana disputa todos los años, con bríos renovados, el galardón universal entre las más corruptas del planeta, según organismos internacionales dados a la tarea de vigilarlas.

Incapaz de ofrecer el mínimo de seguridad a la sociedad, el Estado y sus poderes, junto con todos los partidos y sus mafias, han perdido la batalla contra la delincuencia porque además de permitirla y protegerla, la corrupción corroe todos los niveles de gobierno y, enlazada con la ineptitud, ha venido a desembocar en la descomposición de todo lo que los politiquillos tocan. Faltos de ética y del más mínimo pudor, los señores de la poca prestigiada clase política viven en un mundo distante de la sociedad, creen que la representan y siempre buscan para su botín las ventajas con que enriquecen sus debilidades y agreden más a los ciudadanos con sus decisiones interesadas.

En el momento crucial que ha puesto de pie a centenares de miles de mexicanos irritados por los demenciales e impunes sucesos de Tlatlaya e Iguala, los partidos quieren sacarle raja a las tragedias y pelean espacios en los medios con sus charlatanerías, su demagogia y sus mentiras y, hambrientos de simpatías, aspiran a engañar otra vez a la ciudadanía con el señuelo de presentársele como sus redentores, aunque sean los culpables de la actual encrucijada: la crisis social y política que vive el país y su latente amenaza de abalanzarse sobre el escaso margen de gobernabilidad frente a instituciones débiles y frágiles, distantes de la sociedad y, para colmarles el plato, de magra legitimidad.

Entonces ni a quién irle en un ambiente que se ha enrarecido más por las omisiones y complicidades de autoridades, legisladores, órganos de justicia y partidos, antes, durante y después de los horrorosos sucesos de Tlatlaya e Iguala. Quien da hoy su calculado paso por este sendero resbaladizo, busca la ganancia electorera de 2015 y cómo posicionarse usando sin escrúpulos a las víctimas como trampolín político.

La falta de sensibilidad y oficio político orilló al gobierno del nuevo PRI a cometer el gravísimo error de desligarse de responsabilidad alguna en ambos sucesos, para luego arrepentirse ante las enérgicas protestas nacionales y del extranjero. Abrumado por las reacciones internas y del mundo, sólo faltaría que, como una pose más, solicitará el perdón, a tono con los tiempos de la falsedad. Fueron igual de irresponsables y frívolos los señores jerarcas-caciques del seudo izquierdista PRD cuando, con actitud infantil, condicionaron la salida de su correligionario desgobernador de Guerrero, Angel Aguirre, tránsfuga del priísmo, a la de otros mandatarios estatales con problemas de violencia en sus territorios; enardecieron a la población con su propuesta de ¡una consulta nacional! para la continuidad de su protegido y, como remate a su desprecio por la indignación de la gente, cerró el paso al reclamo nacional de desafuero. Oportunistas y deshonestos los señores que usurpan jerarquías en el PAN, con embarradas nociones de las leyes, llevan agua a su molino con la propuesta de que el Senado eche del gobierno al señor Aguirre, otro tipo de poca vergüenza que, entre sus alegatos, asegura que la violencia sólo se da en Iguala mientras el estado arde en manos del crimen organizado y de politiquillos a sus órdenes. Sólo un desmemoriado podría olvidar que Aguirre era senador priísta cuando Los Chuchos, amos y figuras caciquiles del perredismo, lo adoptaron como candidato de su partido al gobierno de Guerrero y, en la recta final de aquella campaña, los panistas del señor Madero lo acogieron como suyo. Viene a ser, al final de cuentas, un engendro de las tres fuerzas políticas del extinto Pacto por México).

Ni el preciado galardón de estadista del año ni la cómplice actitud de partidos y el grueso de los medios de comunicación hacia los desatinos oficiales, han servido de algo para contener el escándalo internacional y su inconformidad con los actos de barbarie contra presuntos delincuentes indefensos fusilados por militares en Tlatlaya y contra jóvenes estudiantes normalistas secuestrados y desaparecidos en Iguala, allí donde mientras los buscan se han descubierto más fosas clandestinas con decenas de cadáveres nadie sabe de quiénes. Algunas mentes afectas a Fouché no desecharían una eventual conspiración en los sucesos de Iguala para desestabilizar.

Un fugaz repaso por el mundo otorgaría a México otro galardón como quizá el único país que, con tantas fosas ilegales halladas por azar o delación, semeja un cementerio clandestino en la inmensa mayoría de los estados donde se han exhumado restos de personas asesinadas en condiciones difíciles de asimilar o creer en una nación que, dicho por la autoridad, hace escasos meses estaba condenada a alcanzar el soñado primer mundo con las reformas estructurales y los ríos de dinero que fluirían hacia México por la bondad de las transnacionales petroleras.

Toda esta macabra panorámica derrumba las esperanzas del gobierno de atraer los capitales que se llevarían el gran negocio (o saqueo) del petróleo y, más grave aún, pone en riesgo la convivencia pacífica de un pueblo que se desespera cada día más con la violencia y la impunidad, la corrupción y el cinismo de la clase política, la ausencia de prestigio y credibilidad de las instituciones y la dudosa legitimidad de los actores políticos de todos los colores y sabores.

El miedo a la verdad, a la justicia y a la participación de la sociedad, ha puesto en jaque a un sistema sin consenso ciudadano y en franca descomposición como preludio de algo más.

armandosepulveda@cablevision.net.mx

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