Directorio

Directorio

lunes, 12 de agosto de 2013

Deslindes

La codicia por el Petróleo

Por Armando Sepúlveda Ibarra
Premio Nacional de Periodismo y ex director de Excélsior


A escasos días de que arranque otro intento formal, e inclusive desesperado, por desmantelar los últimos y los más valiosos bienes propiedad de la nación, es oportuno preguntar a las altas esferas y a los mexicanos en general ¿a título de qué la burocracia gobernante, espoleada por la avidez transnacional, codicia la privatización del petróleo en su fugaz paso sexenal por el poder?

Porque al final de cuentas ni el señor Peña ni su nuevo PRI, ni tampoco su gemelo el PAN, con quien se hermana en intereses aviesos, reúnen juntos la fuerza política y moral suficiente como para arrogarse el derecho de vender algo que nunca ha sido suyo, como es el siempre apetecido energético que las compañías multinacionales y los grandes capitales mexicanos pretenden arrebatar a México con la voracidad propia de los avaros.

Con una simple regla aritmética cualquier persona de a pie conseguirá, si quiere proponérselo, ubicar en su sitio a las mancomunadas cúpulas priístas y panistas y sus altas burocracias, sólo con restregarles en sus rostros las cifras reales sobre a quiénes en verdad representan en este sistema de simulación democrática. La historia nos ilustra que los manipuladores pasajeros de esos membretes llamados partidos, al amparo de la dizque democracia a la mexicana, proceden desde siempre como si fueran dueños del país y de sus habitantes con la impunidad que les da el poder y la kafkiana forma para aplicar o modificar las leyes a su favor. Veamos ahora los números:

Con la bandera del PRI y sus corruptos satélites, como el impostor Partido Verde Ecologista, el señor Peña obtuvo más o menos 38 por ciento de los votos emitidos en las elecciones de julio de 2012, sin descontarle, por supuesto, la burda compra de sufragios con tarjetas de Soriana y Monex y el reparto de materiales para construcción y otros instrumentos de las corruptelas dados en especie, todo avalado por el costoso e ineficiente aparato de complicidades denominado Instituto Federal Electoral, que sirve de manera abyecta al mandamás en turno. Si el lector desmenuza que en esta elección votó alrededor de 50 por ciento del padrón, concluirá con el contundente testimonio oficial de que el priísmo regresó a Los Pinos con el aval de sólo 19 por ciento de los electores inscritos.

Aquí reside entonces la auténtica fuerza del PRI en sus desvelados anhelos por privar a la nación o compartir la renta de sus preciados bienes como el petróleo que han sido sostén esencial de los presupuestos del gobierno y del crecimiento económico (cuando lo ha habido) y hasta botín de funcionarios y líderes corruptos: nada más 19 por ciento del padrón electoral apoyó su arribo a la Presidencia de la República.

Si el comedido lector agrega la suma de votos obtenidos por el PAN, de apenas 20 por ciento del padrón, entre ambos partidos aumentarían su fianza a 29 por ciento de los electores, todo lo cual de ninguna manera entrega a nadie la potestad de disponer de bienes ajenos para entregarlos al gran capital foráneo y doméstico.

Yéndonos al meollo del asunto, los mexicanos sin embargo no votaron en julio de 2012 para que el partido ganador privatizara el petróleo, ni vendiera nada. Fueron a las urnas para elegir al Presidente de la República, mas nunca para darle al favorecido manga ancha ni tarjeta blanca para que decidiera e hiciera lo que quisiera en temas delicados que requieren la participación de toda la sociedad más allá de los grupitos de intereses creados que manosean a los partidos en su provecho.

Para saber que esperaría a México si el PRI y su hermano el PAN consiguieran privatizar el petróleo – tienen la mayoría de votos camarales como para imponerse con la fuerza numérica de sus manadas legislativas a cualquier argumento o razón --, nos remitimos a las ventas de bienes de la nación realizadas por los gobiernos de Salinas y Zedillo:

¿Qué beneficios trajeron al país y a los mexicanos las privatizaciones de los bancos, la telefonía, los ferrocarriles y demás subastas realizadas por aquellos gobiernos de triste memoria para los connacionales? Por lo contrario, jamás vimos las bondades de los ingresos en algún plan que retribuyera utilidad ni nada por el estilo: el crédito bancario pasó a convertirse en inaccesible para la gente común e incluso para los empresarios, el servicio telefónico se convirtió en uno de los más caros e ineficientes del mundo y los trenes, salvo alguna pequeña ruta simbólica, dejaron de brindar una alternativa del transporte. Ahora la mayoría de las instituciones bancarias privatizadas y subastadas a extranjeros a precios de ganga, pertenecen y obedecen a intereses foráneos que llevan a sus países sedes las jugosas utilidades.

Al poco tiempo Teléfonos de México sirvió de exquisito trampolín a Carlos Slim para catapultarlo a la revista Forbes y volverse el hombre más rico del mundo en una de las naciones con más pobreza y con hambre en el orbe. Y de los Ferrocarriles Nacionales, ni hablar: benefició a México sólo con el nombramiento de Ernesto Zedillo como miembro del consejo de la empresa transnacional que lo compró a precio de oferta, lo cual al mexicano malagradecido debería enorgullecerle cómo premian el patriotismo de un ilustre mexicano como aquel mediocre ex presidente.

Es además una falacia del gobierno y sus aliados partidos de ultraderecha afirmar que Petróleos Mexicanos se encuentra en bancarrota para empujar con esas mentiras los apetitos privatizadores que lideran el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los Estados Unidos de Norteamérica. Pemex es una de las empresas del ramo más rentables si estimamos que ha funcionado a través de los años con la asfixia de entregarle al erario federal más de 50 por ciento de sus ingresos en impuestos y, después de otras sangrías del gobierno, apenas le queda menos del diez por ciento para sobrevivir. Un reajuste financiero, con la tributación justa, lanzaría a la empresa a conquistar grandes mercados y consolidar sus finanzas con el sólo proyecto de industrializar y vender productos terminados.

A quien el gobierno debe consultar para decidir sobre el destino de Pemex es a todos los mexicanos, en atención a que el petróleo propiedad de la nación, no de los gobernantes del momento, así como a la memoria de aquellos nobles connacionales que en marzo de 1938 rompieron sus cochinitos y entregaron al Presidente Lázaro Cárdenas sus pequeños ahorros y gallinas, guajolotes y cerdos, para que su gobierno completara la liquidación para indemnizar a las saqueadoras empresas estadounidenses a las que el hombre de Jijilpan había expropiado el petróleo.

Un referéndum entre los mexicanos, sin la indeseable intervención de ese fiasco llamado IFE (servidor de los gobiernos en turno), daría luces sobre qué queremos hacer con el petróleo propiedad de la nación.

Nadie puede ni debe apropiarse de los derechos ajenos que reciba en custodia temporal, menos desposeerlos, ni siquiera el Presidente.

armandosepulveda@cablevision.net.mx

No hay comentarios :

Publicar un comentario