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viernes, 5 de julio de 2013

En corto

Reforma Migratoria de EU

 
Entre hartazgo por el descontrol mexicano y el control auténticamente el trasiego de drogas y la inseguridad interna

La reforma migratoria en EU finalmente llegó al Senado, donde fue aprobada por 68 contra 32 votos y anuncia la posible ciudadanización de más de 11 millones de indocumentados, entre los cuales están seis y medio millones de connacionales que entraron y viven en forma irregular en aquel país.

Aunque aún faltan por superarse los escollos que se impondrán en la Cámara baja por las facciones ultraconservadoras, principalmente del Partido Republicano, en mi opinión la noticia es enorme toda vez que nunca una reforma migratoria de estas dimensiones había sido discutida ni tomada efecto en la Unión Americana.

Ocurra como ocurra, la aprobación de esta reforma tendrá enormes repercusiones en el debate interno estadunidense e impactará favorablemente en el clima de las relaciones bilaterales. Se trata de un movimiento promovido por el propio Obama, en cumplimiento con sus promesas de campaña desde 2008 y cuyo objetivo es también capturar un público electoral, por el cual pelean ávidamente todos los actores políticos, con miras a las elecciones de mediano plazo: en próximas elecciones el votante principalmente latino y mayoritariamente mexicano, podría definir resultados electorales en muchos estados de EU. Esto tiene un valor político de indiscutibles dimensiones, de aquí la ceguera de aquellos actores que persisten en su empeño antiinmigrante.

Al tiempo que es un mensaje a México de avanzar en temas y acuerdos comunes en forma progresiva y de recuperar los espacios de confianza perdidos en años recientes, se trata también de una advertencia. Si atendemos al contenido seguritizador que acompaña la propuesta de ley, podremos entender que la reforma migratoria que se ofrece no será ni gratis ni tan grata como muchos espectadores mexicanos pretenderían. No es novedad el redoblamiento de la vigilancia fronteriza, tampoco el de la existencia y la continuación de la edificación del ignomioso muro fronterizo iniciado por Clinton.

No obstante, que el Partido Demócrata haya tenido que ceder a la presencia de este inevitable acompañante seguritizador que impone medidas de fuerza, que aunque legítimas desde la soberanía estadunidense, son tan inconvenientes como propias de un actor que sigue concibiendo la frontera como propiedad privada; tiene dos significados. Por un lado, responde a una negociación realista con los pupilos del Tea Party que ya dominan buena parte de la agenda política y, por tanto, al hecho de que sin la inclusión de las medidas de fuerza que estos exigían, la reforma migratoria se vislumbraba como inviable.

Por otro lado, está nada sorpresiva concesión también puede corresponderse con el hecho de que buena parte de la clase política estadunidense coincide en su hartazgo por el descontrol mexicano para hacer posible un ordenamiento interno que controle auténticamente el trasiego de drogas y la inseguridad interna. También existe la percepción de que el Estado mexicano está haciendo poco por dar cumplimiento al Protocolo de Palermo (lavado de dinero) y al de Mérida (lucha contra la corrupción e impunidad), y que va lento en la renovación de las instituciones que imparten justicia y protegen la seguridad nacional de los mexicanos.

Así como el terrorismo afectó gravemente las libertades ciudadanas en EU y el mundo desde 2001, el crimen organizado (CO) ha provocado el enrarecimiento de las relaciones con los socios estadunidenses en forma creciente. México aún es percibido como socio no confiable, parecen decirnos con esta reforma sui géneris en la que se mezclan ominosamente migración con seguridad.

México tiene mucha razón cuando crítica por su lado, el alto consumo estadunidense de drogas y el trasiego de armas desde EU, también cuando sostiene que el muro no corresponde a las realidades de este siglo y de que esto recrudecerá el abuso de las mafias que trafican con personas, pero lo cierto es que estos reclamos tendrán credibilidad y aceptación, sólo hasta que nuestro país haya transformado radicalmente el estado de sus condiciones internas en los aspectos ya referidos.

Por lo pronto, más allá de los reclamos desde las cuevas del nacionalismo recalcitrante mexicano, habrá que reconocer que esta reforma, de ser exitosa, será histórica y nos puede dar la pauta para cambiar nuestra política interna y nuestra visión estratégica, y demostrarles a nuestros socios que se puede trabajar exitosamente en el logro de objetivos comunes.

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