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lunes, 8 de julio de 2013

Deslindes

Por Armando Sepúlveda Ibarra
Premio Nacional de Periodismo y ex director de Excélsior


Elecciones, una Ilusión de Alternativa

Un siglo después de la caída del porfiriato, cuando el chocho dictador Porfirio Díaz alegaba a su favor que los mexicanos no estaban preparados para la democracia, las elecciones en México se resumen hoy al espectáculo teatral de una simple ilusión de alternativa.

Apropósito del proceso electoral de ayer en 14 estados del país, un análisis de sentido común quitaría a los electores el velo de los ojos sólo con preguntarse si en verdad ellos eligieron con su voto al candidato de sus preferencias, o quienes desde hace décadas manipulan a los partidos y a la sociedad les impusieron nombres para escoger entre una sola sopa.

Es sencillo el camino para desnudar a los caciques circulares de la partidocracia mexicana convertida en el modus vivendi de grupos de poder que, anclados a los privilegios de manejar a su antojo presupuestos y posiciones políticas y burocráticas, se oponen a que la sociedad tome las riendas de las elecciones y democratice la vida nacional en todos los sentidos.

La ilusión de alternativa funciona en todos los puestos electorales del país y quien así quiera puede verla nacer desde el momento en que las altas burocracias de los partidos palomean de dedazo o con otro tipo de simulación, a los candidatos para la contienda por venir. Más selectivas aún por ser fácil de lograr los deseos de los adalides de la democracia, las listas plurinominales (donde sólo es cosa de estirar la mano para tomar sin esfuerzo poder y dinero del pueblo) la encabezan por lo regular los amigos más íntimos e incluso familiares y cómplices de las cúpulas partidistas.

El siguiente paso consiste en volverse un poco cínicos y, sin el menor recato, pedirles a los electores miembros de sus respectivos partidos que “voten por sus candidatos”. De manera que las masas acuden a las urnas a sufragar por individuos que les fueron impuestos por los partidos y les hacen creer que de veras eligen a sus autoridades.

Si al militante priísta, panista o perredista, por ejemplo, no le gusta “su” candidato, queda sin opción atrapado (sin embargo) en la ilusión de alternativa, quizá con estoica resignación.

Quienes entonces ayer domingo fueron a las urnas ejercieron de nuevo, engatusados con las propagandas mentirosas, la ilusión de alternativa: dieron su voto por los elegidos de antemano por las cúpulas de la partidocracia, para convalidarla como “eficiente” conductora de los destinos de la vilipendiada democracia mexicana.

Como recompensa el Instituto Federal Electoral les extenderá, como a niños bien portados, las “muchas gracias por su aporte a la democracia” con exaltados elogios a su civismo que nadie, ni sus círculo más cercano, les cree.

Detrás de este espectáculo digno de comedia se agazapa la simulación de todos los protagonistas, comenzando por las autoridades electorales que hacen como que cuidan los procesos electorales y siempre dejan correr los vicios ancestrales como la compra y robo de votos, el uso de los recursos públicos para manipular conciencias entre las clases más empobrecidas por los gobiernos priístas y sus clones panistas y el derroche de dineros públicos en aparatos burocráticos costosos e ineficientes como el Instituto Federal Electoral, ahora igual o más desprestigiado que la Suprema Corte de Justicia de la Nación y que los políticos en general.

Si la democracia floreciera con cada elección, como aseguran los mandamás del Instituto Federal Electoral con poses actorales y voces engoladas y frases huecas gastadas por su falsedad, la sociedad tuviera ahora mismo bajo su control a los partidos y las candidaturas, en vez de ser simple espectadora de los procesos electorales e instrumento de los usurpadores de su voluntad cuando le instan a legitimar a un sistema electoral caduco (basado en la partidocracia) con sus votos en las urnas.

Por citar un ejemplo, ni el más inocente de los ciudadanos cree que los diputados o los senadores los representan en sus cámaras, mucho menos los partidos o sus líderes. Existe además un desprecio ciudadano hacia sus voraces apetitos por embolsarse, por medio de salarios y otras canonjías, millonarias cantidades de dinero en un país donde más de la mitad de la población ha sido postrada por los políticos en la pobreza y muchos millones de compatriotas padecen hambre.

Aestas alturas México necesita una verdadera reforma política que entregue a la sociedad la conducción hacia la democracia real, porque el IFE pasó en escasos años de ser ciudadano a volverse partidista con consejeros impuestos por sus partidos y con tendencias a la hora de las decisiones. (Baste acordarnos del ridículo reciente del consejero Sergio García Ramírez con su voto deshonesto para exonerar al PRI del Caso Monex-Soriano). Y también necesita el país de profesionalizar y moralizar a sus políticos, o de plano renovarlos; irse a segundas vueltas e instaurar la reelección por un período para premiar a los buenos y castigar a los malos.

¿Qué esperan para abrir los caminos? ¿Acaso esperan a que la gente deje de votar, cansada de elegir con la ilusión de alternativa?

armandosepulveda@cablevision.net.mx

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